Durante el encuentro que mantuvo este lunes 13 de septiembre con las Autoridades, la Sociedad Civil y el Cuerpo Diplomático Jardín del Palacio Presidencial de Bratislava, durante su viaje apostólico a Eslovaquia, el Santo Padre animó a fijarse en la historia eslovaca como ejemplo de camino de fraternidad.
El Pontífice señaló que la historia “llama a Eslovaquia a ser un mensaje de paz en el corazón de Europa. Es lo que sugiere la gran franja azul de su bandera, que simboliza la fraternidad con los pueblos eslavos”.
“Fraternidad es lo que necesitamos para promover una integración cada vez más necesaria. Esta urge ahora, en un momento en el que, después de durísimos meses de pandemia, se plantea, junto a muchas dificultades, una anhelada reactivación económica, favorecida por los planes de recuperación de la Unión Europea”, indicó.
Advirtió que, a pesar de las lecciones aprendidas durante la pandemia de coronavirus, “todavía se puede correr el riesgo de dejarse arrastrar por la prisa y la seducción de las ganancias, generando una euforia pasajera que, más que unir, divide”.
Además, “la sola recuperación económica no es suficiente en un mundo donde todos estamos conectados, donde todos habitamos una tierra media. Que este país, mientras en varios frentes siguen luchas por la supremacía, reafirme su mensaje de integración y de paz, y Europa se distinga por una solidaridad que, atravesando las fronteras, pueda volver a llevarla al centro de la historia”.
Recordó que “la historia eslovaca está marcada de manera indeleble por la fe. Deseo que ésta ayude a alimentar de modo connatural propósitos y sentimientos de fraternidad”.
Pidió al pueblo eslovaco “que esta vocación a la fraternidad no desaparezca nunca de sus corazones, sino que acompañe siempre la simpática autenticidad que los caracteriza. Ustedes saben reservar gran atención a la hospitalidad”.
Asimismo, aseguró el Papa que le sorprenden “las expresiones típicas de la acogida eslava, que ofrece a los visitantes el pan y la sal”.
Francisco empleó esos dos dones, tan presentes en el Evangelio, para explicar cómo la fraternidad puede guiar los pasos de los pueblos de Europa.
“El pan, elegido por Dios para hacerse presente entre nosotros, es esencial”, aseguró. “La Escritura invita a no acumularlo, sino a compartirlo. El pan del que habla el Evangelio siempre se parte”.
De esa manera, “el pan, que partiéndose evoca la fragilidad, invita en particular a hacerse cargo de los más débiles. Que nadie sea estigmatizado o discriminado. La mirada cristiana no ve en los más frágiles una carga o un problema, sino hermanos y hermanas a quienes acompañar y cuidar”.
“El pan partido y compartido equitativamente recuerda la importancia de la justicia, de dar a cada uno la oportunidad de realizarse”.
Además, “el pan se une inseparablemente a un adjetivo: cotidiano. El pan de cada jornada es el trabajo, que ocupa gran parte de ella. Del mismo modo que sin pan no hay nutrición, sin trabajo no hay dignidad”.
En cuanto a la sal, recordó las palabras de Cristo: “Ustedes son la sal de la tierra”. “La sal es el primer símbolo que Jesús emplea enseñando a sus discípulos”, explicó el Papa Francisco.
La sal, “en primer lugar, da gusto a los alimentos, y lleva a pensar en ese sabor sin el cual la vida se vuelve insípida”.
De forma similar, “no bastan ciertamente estructuras organizadas y eficientes para hacer buena la convivencia humana, se necesita sabor, se necesita el sabor de la solidaridad. Y como la sal sólo da sabor disolviéndose, así la sociedad encuentra gusto a través de la generosidad gratuita de quien se entrega por los demás”.
“Muchos, demasiados en Europa se arrastran en el cansancio y la frustración, estresados por ritmos de vida frenéticos y sin saber cómo encontrar motivaciones y esperanza. El ingrediente que falta es el cuidado por los demás”, el cuidado como sal de una vida fraterna.
En la época de Cristo, narrada en los Evangelios, la sal, “además de dar sabor, servía para conservar los alimentos, preservándolos del deterioro”.
“Me gustaría que nunca dejen que los fragantes sabores de sus mejores tradiciones se estropeen por la superficialidad del consumo y las ganancias materiales. Y mucho menos de los colonialismos ideológicos”.
En ese punto recordó el sufrimiento causado por el comunismo en el país: “En esta tierra, hasta hace algunos decenios, un pensamiento único coartaba la libertad; hoy otro pensamiento único la vacía de sentido, reconduciendo el progreso al beneficio y los derechos sólo a las necesidades individualistas”.
“Hoy, como entonces, la sal de la fe no es una respuesta según el mundo, no está en el ardor de llevar a cabo guerras culturales, sino en la siembra humilde y paciente del Reino de Dios, principalmente con el testimonio de la caridad”.
El Papa citó también la Constitución eslovaca para mencionar “el deseo de edificar el país sobre la herencia de los santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa. Ellos, sin imposiciones y sin coacciones, fecundaron la cultura con el Evangelio, generando procesos beneficiosos”.
“Los santos Cirilo y Metodio también han mostrado que custodiar el bien no significa repetir el pasado, sino abrirse a la novedad sin desarraigarse”.
“La pandemia, en cambio, es el crisol de nuestro tiempo. Esta nos ha mostrado que es muy fácil, a pesar de estar todos en la misma situación, disgregarse y pensar solamente en uno mismo. Volvamos a comenzar reconociendo que todos somos frágiles y necesitados de los demás”, concluyó el Papa Francisco.
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