Hoy la Iglesia celebra a San Carlos de Sezze

REDACCIÓN CENTRAL, 25 Sep. 21 (ACI Prensa).- San Carlos de Sezze, cuyo nombre de pila fue Juan Carlos Marchioni, nació en 1620, en el pueblo italiano de Sezze, región de Lacio. De origen humilde, sus padres lo enviaron con mucho esfuerzo a la escuela. Un día por no dar adecuadamente una lección, recibió un tremendo castigo físico -a la usanza de la época- a manos de su maestro. Sus padres, completamente decepcionados, lo enviaron a trabajar al campo donde -pensaban- el jovencito podía ser de mayor provecho. Carlos pensó, por su parte, que su fortuna no había sido tan mala y que podría vivir en el campo para siempre, lejos del compromiso de tener que educarse.

Pero sucedió que un día una bandada de aves espantó a los bueyes que Carlos dirigía mientras araba la tierra, y estos arremetieron contra él. En el brevísimo instante en el que esperaba la embestida, preso del terror, se le pasó por la cabeza que perdería la vida irremediablemente; entonces, cual reflejo del pensamiento, le prometió a Dios que si le salvaba la vida se haría religioso. Un par de segundos después, abrió los ojos y tomó aire. Milagrosamente, estaba ileso, sin herida ninguna.

Solo unos días después vio pasar a unos religiosos franciscanos a quienes pidió ayuda para entrar en su comunidad. Ellos lo invitaron a que fuera a Roma a hablar con el padre superior, y con su recomendación se fue allá con tres compañeros más.

El superior, para probar si en verdad tenían virtud, los recibió muy ásperamente y les dijo que eran unos haraganes que sólo buscaban conseguir alimento gratuitamente, y los echó para afuera. Pero ellos insistieron en que su intención era buena. Entraron por otra puerta del convento y volvieron a suplicar al superior que los recibiera. Este, haciéndose el difícil, les dijo que esa noche les permitiría dormir allí como limosneros, pero que al día siguiente tendrían que irse definitivamente. Los cuatro aceptaron esto con toda humildad, pero al día siguiente en vez de despacharlos les mandó decir que habían pasado la prueba preparatoria y que quedaban admitidos como aspirantes.

A Carlos lo nombraron portero del convento. Admitía a todo caminante pobre que pidiera hospedaje en las noches frías. Y repartía la limosna que la gente con más recursos le traía. A ellos solía darles hospedaje. Al principio el superior del convento le aceptaba esto, pero después lo llamó y le dijo: "De hoy en adelante no admitiremos a hospedarse sino a unas poquísimas personas, y no repartiremos sino unas pocas limosnas, porque estamos dando demasiado". Él obedeció, pero sucedió entonces que dejaron de llegar las cuantiosas ayudas que llevaban los bienhechores. El superior lo llamó para preguntarle: "¿Cuál será la causa por la que han disminuido tanto las ayudas que nos trae la gente?"

"La causa es muy sencilla –le respondió el hermano Carlos-. Es que dejamos de dar a los necesitados, y Dios dejó de darnos a nosotros. Porque con la medida con la que repartamos a los demás, con esa medida nos dará Dios a nosotros". Desde ese día recibió permiso para recibir a cuanto huésped pobre llegara, y de repartir las limosnas que la gente llevaba, y Dios volvió a enviarles cuantiosas donaciones.

Las personas le pedían que redactara algunas normas para orar mejor y crecer en santidad. El lo hizo así y permitió que le publicara el folleto. Esto le trajo terribles regaños y casi lo expulsan de la comunidad. El pobre hombre no sabía que para esas publicaciones se necesitan muchos permisos. Humillado se arrodilló ante un crucifijo para contarle sus angustias, y oyó que Nuestro Señor le decía: "Ánimo, que estas cosas no te van a impedir entrar en el paraíso".

La petición más frecuente del hermano Carlos a Dios era esta: "Señor, enciéndeme en amor a Ti". Y tanto la repitió que un día durante la elevación de la santa hostia en la Misa, sintió que un rayo de luz salía de la Sagrada Forma y llegaba a su corazón. Desde ese día su amor a Dios creció inmensamente.

Al fin los superiores se convencieron de que este sencillo religioso era un verdadero hombre de Dios y le permitieron escribir su autobiografía y publicar dos libros más, uno acerca de la oración y otro acerca de la meditación.

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