¿Eres tú de los que odian a Jesucristo?



Jesucristo, por Carl Heinrich Bloch. Siglo XIX.

Cuando uno lee el Evangelio se extraña de que hubiera gente que tuviera enemistad y malquerencia contra Jesús. Si Jesús es bondad, mansedumbre, comprensión, corazón abierto, ¿cómo hay quienes no le quieren? No se entiende por qué tuviera enemigos. Esto tiene que ser obra del gran enemigo que quiere servirse de algunos para deshacerse de Jesucristo, que es la Luz, el Camino, la Verdad y la Vida. Todas las potencias del mal se abalanzaron contra el Justo. La envidia, el odio, la soberbia, la mentira, la falsedad se unieron para destruir al Santo. ¿Por qué? ¿Quién venció en esta lucha?

Durante su vida terrena Jesús tuvo personas que no quisieron aceptar su misión salvadora. La postura que Él adoptó frente a ellas fue la de convertirlas y atraerles a su divino corazón, unas veces con palabras suaves, otras, exigentes; unas veces, prefirió el silencio respetuoso; otras, la frase sagaz e inteligente. No a todos pudo conquistar para su Padre, porque les respetó la libertad. Pero Él vino para salvar a todos.

¿Quiénes consideraron a Jesús como enemigo?

Aclaremos una cosa: Jesús no consideró a nadie como su enemigo. A todos amó y por todos derramó su sangre preciosísima. Serán ellos, los que no le aceptaron, los que se consideraban como enemigos suyos. ¿Quiénes eran éstos?

En el campo religioso, lo consideraron un enemigo y un peligro la mayor parte de los escribas, fariseos y sumos sacerdotes (no todos) porque se arrogaba la autoridad de llevar a plenitud la ley, porque rechazaba ciertas interpretaciones que de ella hacían, porque desenmascaraba el legalismo y la hipocresía en sus relaciones con Dios y con los hombres. Basta leer el capítulo 23 de san Mateo para darnos cuenta de todo esto. Las acusaciones de Cristo se dirigen no contra los fariseos en cuanto tales, herederos de los profetas ni contra su doctrina, realmente elevada, sino contra sus actitudes hipócritas y contra las formalidades externas a que habían reducido la religión.

Dice Monseñor Juan Straubinger, comentando este capítulo de san Mateo: "Este espíritu de apariencia, contrario al Espíritu de verdad que tan admirablemente caracteriza a nuestro divino Maestro, es propio de todos los tiempos, y fácilmente lo descubrimos en nosotros mismos. Aunque mucho nos cueste confesarlo, nos preocuparía más que el mundo nos atribuyera una falta de educación, que una indiferencia contra Dios. Nos mueve muchas veces a la limosna un motivo humano más que el divino, y en no pocas cosas obramos más por quedar bien con nuestros superiores que por gratitud y amor a nuestro Dios". Evitemos en nuestra vida toda hipocresía e insinceridad. La hipocresía es asesina de toda autenticidad y rectitud de vida y priva de la posibilidad de un diálogo espontáneo y sencillo con el Creador y de una relación cordial y recta con los hombres.

En el campo civil, lo consideraron enemigo Herodes, porque creyó que el niño recién nacido ponía en peligro su reino; y Pilatos, desde el momento en que presentaron a Jesús como sedicioso y enemigo del César.

No pensemos que Jesucristo nos hará la vida imposible o que nos aguará la fiesta, como se dice. Jesús es incapaz de hacernos esto. Él quiere siempre nuestro bien, busca siempre nuestro bien. Y cuando nos exige, nos exige por amor. Ni a Herodes quiso quitarle su trono ni a Pilato. Es más, a Pilato le dijo que la autoridad que tenía como procurador la había recibido de Dios mismo.

En el corazón de Jesús no cabe, no podía caber ni una sombra de resentimiento, de malquerencia, de desprecio. Su corazón es un remanso de paz, de bondad y de caridad para con todos.


¿Cómo actuó Jesús frente a ellos?

Frente a los escribas fariseos y sumos sacerdotes: hostigó ciertamente su legalismo e hipocresía, desenmascaró su falsa religiosidad y dureza de corazón, puso en evidencia cómo deformaban la voluntad de Dios y cómo se dejaban llevar de la vanidad y amor por las riquezas, defendió su misión divina, etc. Pero acogió a quien humildemente se acercó a él, como le sucedió a Nicodemo (cf. Juan 3) y alabó al escriba que respondió correctamente (cf. Lc 10, 28).

Jesús los desnudó y les puso de manifiesto un pecado fundamental: la falta de verdad en sus vidas, de desamor a la verdad, e incluso de odio a la verdad. Ellos no soportaban que Jesús dijera: "Yo soy la Verdad". Su rechazo de Jesucristo no fue por razones de honestidad. Lo rechazaron por ser precisamente Él, con su modo de vida singular, con su doctrina específica y nueva, con sus enseñanzas particulares nunca oídas antes. Por eso Jesús les dijo: "Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no me recibís".

Para probar esta desafección de algunos fariseos hacia Cristo está el testimonio de la cruz y los relatos de la Pasión. La confianza de Cristo en su Padre era como una llamada de atención a su presunción. La verdad de Cristo dolía a su doblez. El desprendimiento de Cristo chocaba contra la avaricia farisea. La humildad de Jesús era una lección difícil a su soberbia y orgullo. Muchas cosas de Cristo les molestaba a los fariseos: su seguridad, su virilidad, su amor a los pobres y pecadores, su autoridad, su arrastre, su sencillez, su porte distinguido, su sonrisa serena, el brillo de sus ojos...Muchas cosas eran para los fariseos motivo de fastidio.

Frente a los jefes políticos, Jesús es respetuoso con ellos. Les hace ver cuál es su misión, recibida de Arriba. Les pone en su lugar: al César lo que es del César. Intenta abrirles a la verdad de su mensaje. Incluso los excusa, como hizo a Pilato. No se rebaja a la curiosidad malsana de Herodes.

En general, Jesús supo enfrentar a sus enemigos sin miedo. Sigue con su posición definida, aunque incómoda para ellos (cf Jn 11, 14-16), guiado por la meta que el Padre le encomendó, que es de índole sobrenatural (cf Mc 8, 33).

Sigue predicando, esperando ser escuchado a pesar de posiciones ciegas (cf. Lc 20, 47-48).

Cuando ve la seguridad y la inminencia de la muerte que le preparan, sigue luchando, no para ganarse amigos, sino para dar un último esfuerzo y terminar totalmente su misión. Los enemigos nunca lo frenaron o intimidaron (cf. Lc 21, 37-38).

No evita al enemigo ni tampoco busca enfrentarse con él. No se agita febrilmente para vencer. Su objetivo no es ser reconocido vencedor, sino alcanzar su ideal (cf. Jn 19, 30). Jesús sabe aislarse de un ataque físico, cuando considera oportuno continuar todavía su obra antes de que llegue su hora (cf. Jn 8, 59; Lc 4, 23-30).

Jesús es el Justo. Pero, como dice el Libro de la Sabiduría, el justo siempre es un problema para el pecador: "Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra nuestra educación. Se gloría de tener el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor. Es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sus caminos son extraños. Nos tiene por bastardos, se aparta de nuestros caminos como de impurezas; proclama dichosa la suerte final de los justos y se ufana de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito. Pues si el justo es hijo de Dios, él le asistirá y le librará de las manos de sus enemigos. Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará" (2, 12-20).

Pero a todo esto, Jesús respondió con sus brazos extendidos, con su costado abierto para acoger a todos y con su palabra de perdón: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34).

Jesús y su enemigo principal, Satanás

Es el enemigo verdadero de Jesús. Y Jesús, sí lucha contra él y contra sus planes, como veremos en el siguiente capítulo. Recibe de él ataques. Actúa en el mundo (cf Jn 13, 2), busca condenar al hombre (cf. Mt 13, 19). Por eso, Jesús busca vencerlo (cf. Jn 12, 31). Su lucha contra Satanás es la lucha contra el mal. Por ello Cristo busca, ante todo, hacer el bien, construir el Reino de Dios.

CONCLUSIÓN

En el corazón de Jesús no cabían enemigos. Para Él todos somos dignos del amor de su Padre. A todos vino a salvar. Los que se alejan de Jesús lo hacen conscientemente, porque no quieren abrirse a su amor. ¡Lástima que se pierden el calor y el cariño de este Corazón misericordioso de Jesús! Siempre lucha por la verdad, no contra las personas (cf. Mt 22, 23-40). De todo esto se deduce que Jesús ama a sus enemigos. Trata de darles el tesoro de salvación que trae. Los respeta sin devolverles la misma piedra que le arrojan. Pero llega a zarandearlos fuertemente con palabras duras, nunca para molestarlos, sino para arrancarlos de su tensa dureza en el corazón. Podemos decir que su enemigo es el pecado, nunca el hombre. Pero ese pecado anida en el corazón de cada hombre.
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