En la serie de artículos sobre la propuesta del Cardenal Kasper, tocaba un artículo sobre la coherencia interna de la propuesta, como anuncié. Sin embargo, al ser hoy Domingo de Pascua, me ha parecido mejor escribir algo diferente, relacionado con la cuestión pero más acorde con lo que se celebra hoy.
Sé que hay muchos lectores preocupados por este tema, que en los últimos meses ha creado una gran incertidumbre entre los católicos. Y creo que es normal que estén preocupados, porque es un asunto muy grave, con grandes consecuencias para la Iglesia y para el mundo. A esos lectores (y a mí mismo), me gustaría decirles: No tengáis miedo.
No tengáis miedo. Cristo ha resucitado. Estos días, el prefacio de las Misas dice, desafiantemente, “en esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría”. El gozo en el Señor es nuestra fortaleza. Y ese gozo y esa alegría por la resurrección de Jesucristo no son pequeños, son inmensos, cósmicos, universales: el mundo entero no basta para contenerlos y se desborda. ¡Animo!
En la Misa de hoy, hemos cantado el Sanctus, que es lo que se canta en la liturgia del cielo. Hemos podido unirnos al himno que entonan los santos en la Jerusalén celeste porque la victoria no está en duda. Jesucristo ya ha vencido al pecado y a la muerte. La vida del cristiano y de la Iglesia es un combate, un combate a veces muy fiero y terrible entre la luz y las tinieblas, pero un combate que ya está decidido. ¡No tengáis miedo!
No entremos en las polémicas angustiados, afligiéndonos como los hombres sin esperanza. Hagámoslo fijos los ojos en Aquel que inició y completa nuestra fe, sabiendo que el Señor tiene contado hasta el último pelo de nuestras cabezas. La angustia viene de fiarnos de nuestras fuerzas, que ciertamente son insuficientes, pero no estamos solos. Jesucristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Si Jesucristo está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Querríamos que la historia del mundo y de la Iglesia transcurriera según nuestros planes y expectativas. Y cuando no es así, el demonio nos susurra al oído: esto es un desastre, no puede terminar bien, la Iglesia se hunde, ¿por qué Dios no hace nada?, estás haciendo el tonto, la vida se te escapa y Dios no existe, no existe, no existe… Pero no es verdad. Cristo es el Señor de la historia y, ante él, las fuerzas aparentemente más poderosas del mundo son como gotas en un cubo y pesan lo que el polvillo en la balanza. El Señor del Universo está en nuestra misma barca, aunque parezca dormido y la tormenta ruja. Una sola palabra suya y el viento y el mar le obedecerán, para que creamos y, creyendo, tengamos vida en abundancia. Todo sucede para el bien de los que aman a Dios.
Estos días, cantamos una y otra vez: Goza y alégrate Virgen María, aleluya, porque resucitó en verdad el Señor, aleluya. Aprovechemos para alegrarnos con Nuestra Señora y para imitar su confianza inamovible en Dios, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, haciendo lo que es imposible a nuestros ojos. Recordemos las maravillas que hizo el Señor con ella y que ha hecho en nuestras vidas, para que no se nos vuelva a olvidar que Dios provee, que Dios nos quiere, que Él es el único Señor. ¿Quién nos separará del amor de Dios?
No tengáis miedo. ¡Cristo ha resucitado!
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