Nazis 1, Católicos 0


Udo Hoy por la mañana vi una nota de prensa sobre Udo Voigt, el neonazi elegido al parlamento europeo, y mi primera reacción fue pensar “¿Qué ocurre con los católicos? ¿Hasta los nazis tienen mejores resultados políticos que nosotros?”. Es una idea que no he podido quitarme de la cabeza. En serio, tenemos que encontrar una forma de explicar esta situación política, porque no se entiende que una organización global y encarnación de una tradición filosófico política fundamental para la cultura de occidente –me refiero a la Iglesia–, no sea capaz de elegir ni siquiera a uno de los suyos; al tiempo que los nazis sí pueden hacerlo.


Visto así, se trata de una situación inexplicable.


Ante esta pregunta, hay varios enfoques posibles. Por ejemplo, se podría decir que los católicos se encuentran dispersos en muchas otras agrupaciones políticas, de modo que no es posible comparar el éxito de un candidato extremista, con los euro diputados católicos, que pueden ser muchos. Mi respuesta: es muy probable que haya católicos entre los políticos elegidos para las últimas elecciones, y que algunos de ellos sean hijos fieles de la Iglesia; pero no he oído que alguno fuera elegido por ser católico, representando los principios no negociables de Benedicto XVI. Y si resultaron vencedores fue bajo otras banderas, alianzas y partidos políticos. Udo Voigt, en cambio, fue condenado por los tribunales bajo cargos de incitación al odio racial, negación del holocausto e incitación al racismo, y luego va y se presenta a las elecciones, y 300.000 personas lo apoyan. Es decir: Nazis 1, Católicos 0.



También se podría decir que ese resultado se explica por la historia de Alemania, como cuna del movimiento nacional socialista, pero aplicando ese criterio, deberíamos poder decir que España, con toda su historia, sería el terreno propicio para que se eligiera al menos un eurodiputado por ser católico, pero no es así.


Como aquí estamos revisando todas las posibilidades, no dejaremos de mencionar la más terrible: puede ser que el cristianismo haya agotado su rol en la historia de la humanidad, y que los católicos seamos unos ilusos por aferrarnos a él. Esta es una conversación más propia de mantener con los ateos y agnósticos, así que la dejaremos para otro día.


Pero si es verdad de Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, y la respuesta a todas las aspiraciones del hombre, es indispensable preguntarnos cómo llevar Su mensaje a un ámbito tan importante del ser humano como la política. Pero el solo hecho de escribir esto me hace pensar en las objeciones acerca de la separación entre Iglesia y Estado, es decir, que a los cristianos les está absolutamente vedado opinar en asuntos políticos. En este sentido, debemos admitir que hemos perdido una guerra cultural importante: el muro que libera al Estado de las obligaciones de la religión es una verdad inconmovible, y dado ese principio, los que sostengan lo contrario están destinados a ser irrelevantes.


Asumido que los católicos somos una minoría, que jamás llegaremos a ejercer el gobierno bajo una bandera cristiana, todavía cabe preguntarnos qué clase de minoría somos.


En 2009, el Papa Benedicto dijo:



Normalmente son las minorías creativas las que determinan el futuro, y en este sentido la Iglesia Católica debe entenderse a sí misma como una minoría creativa que tiene una herencia de valores que no son cosa del pasado, sino una realidad muy viva y relevante. La Iglesia debe actualizarse, estar presente en el debate público, en nuestra lucha por un verdadero concepto de libertad y paz.



Una minoría creativa, así nos definió el Papa. Una minoría creativa debe ser activa, dispuesta a actuar en el diálogo intelectual, en la educación y en la acción social, pero siempre en perfecta unión con la Iglesia. Y ese es nuestro otro problema, que incluso entre los católicos se ha instalado la idea que es posible ser católicos, sin adherir a todo lo que la Iglesia enseña en el Catecismo (en este sentido, corresponde agradecer a San Juan Pablo II por esta gran obra). Esta es otra batalla cultural que hemos perdido.


Lo cierto es que no solo somos una minoría, somos una minoría dentro de una minoría. Me refiero a que los católicos que participan en la vida sacramental de la Iglesia, cumpliendo sus requisitos mínimos (misa dominical, fiestas, diezmo) en las naciones occidentales apenas se eleva por sobre el 20%; pero incluso dentro de ellos una parte ínfima se siente obligado a concordar con la Iglesia en los asuntos sometidos a discusión política (aborto, matrimonio), mucho menos a votar conforme a su religión. Esta segunda minoría es tan ínfima, que si dijéramos que es un 10% de los que van a misa cada domingo, todavía nos alcanzarían los votos para escoger a un eurodiputado. La situación es peor.


Algunos de mis hermanos miran a los obispos y piden que expulsen de la Iglesia a los que no adhieren en un 100% a todo el Catecismo. Yo no estoy tan seguro que esa sea la labor de los obispos. No recuerdo dónde escuché que un obispo está encargado del bienestar espiritual de todos en su diócesis, no solo de los católicos, pero me parece una doctrina hermosa. Con esto en mente, si para algunos la participación habitual en los sacramentos es el camino a una adhesión más profunda a las doctrinas de la fe, no es tan evidente que expulsarlos de la Iglesia sea siempre lo que hay que hacer. Creo que eso nos quiere enseñar el Papa Francisco (aunque puedo estar equivocado, y lo digo porque me molesta la liviandad con la que tantos se toman del Papa para justificar sus posiciones personales. Esta es una posición personal).


Por otro lado, no podemos dejar de mencionar que tenemos obispos y cardenales que tampoco se sienten vinculados con las enseñanzas del Catecismo. Qué le vamos a hacer.


Ya para terminar estas ideas sueltas, creo que antes de ser una minoría creativa, tenemos que al menos calificar para ser una minoría, y no un agregado de grupos pastorales. Eso significa poner a toda nuestra Iglesia en una misma línea, con una catequesis dialogante y explicativa, que sepa entregar las razones por qué tal vez no sería conveniente matar al inocente, mentir o cometer adulterio. Puede parecer ridículo, pero a ese nivel estamos.


En términos más claros, lo que necesitamos ahora es una catequesis para católicos. Y mientras no ordenemos la casa de nuestra minoría, otras minorías más organizadas (como los nazis y los comunistas) nos seguirán venciendo. Y en este esfuerzo, la dirección de los obispos es indispensable.



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