Pedro y Pablo, dos hombres pecadores transformados por el amor de Cristo







Ciudad del Vaticano (AICA): Este domingo, solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo el Papa Francisco, -luego de la celebración eucarística celebrada en la basílica de San Pedro, donde impuso el palio a obispos metropolitas-, rezó el ángelus dominical, desde la ventada de su despacho, con los miles de fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro. El Pontífice centró su reflexión en los santos apóstoles, Pedro y Pablo, a los que definió “dos hombres pecadores, diferentes entre sí, pero unidos por la fe en hermandad y transformados en una sola cosa por el amor de Cristo”.



Este domingo, solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo el Papa Francisco, -luego de la celebración eucarística celebrada en la basílica de San Pedro, donde impuso el palio a 24 obispos metropolitas-, rezó el ángelus dominical, desde la ventada de su despacho, con los miles de fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.

El Pontífice centró su reflexión en los santos apóstoles, Pedro y Pablo, a los que definió “dos hombres pecadores, diferentes entre sí, pero unidos por la fe en hermandad y transformados en una sola cosa por el amor de Cristo”.




El Santo Padre señaló que “esta fiesta –la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo- despierta en nosotros una gran alegría, porque nos pone delante de la obra de la misericordia de Dios en el corazón de dos hombres, es la obra de la misericordia de Dios, en estos dos hombres que eran grandes pecadores”.




“También nosotros, subrayó el Pontífice, si por caso cayéramos en los pecados más graves y en la noche más oscura, Dios es siempre capaz de transformarnos como transformó a Pedro y Pablo, transformarnos el corazón y perdonarnos todo, transformando así nuestra oscuridad del pecado en un alba de luz”.




Palabras del papa Francisco



“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.




Desde los tiempos antiguos la Iglesia de Roma celebra a los apóstoles Pedro y Pablo en una única fiesta, el mismo día, el 29 de junio. La fe en Jesucristo los volvió hermanos y el martirio los hizo volverse una sola cosa. San Pedro y san Pablo, tan distintos entre ellos en el plano humano, fueron elegidos personalmente por el Señor Jesucristo y respondieron a su llamada ofreciendo toda su vida. En ambos la gracia de Cristo cumplió grandes cosas, los ha transformado: ¡Y cómo los transformó!




Simón había negado a Jesús en el momento dramático de la pasión; Saulo había perseguido duramente a los cristianos. Pero ambos recibieron el amor de Dios y se dejaron transformar por su misericordia. Así se volvieron apóstoles y amigos de Cristo. Por esto ambos siguen hablando a la Iglesia y aún hoy nos indican el camino de la salvación.




También nosotros, si por caso cayéramos en los pecados más graves y en el noche más oscura, Dios es siempre capaz de transformarnos como transformó a Pedro y Pablo, transformarnos el corazón y perdonarnos todo, transformando así nuestra oscuridad del pecado en un alba de luz. Porque Dios es así nos perdona, nos transforma siempre como lo hizo con Pedro y como lo hizo con Pablo.




El libro de los Actos de los Apóstoles muestra muchos aspectos de su testimonio. Pedro por ejemplo nos enseña a mirar a los pobres con mirada de fe y a donarle a ellos lo más precioso que tenemos: la potencia en el nombre de Jesucristo. Esto ha hecho con aquel paralítico, le dio todo lo que tenía, a Jesús.




Sobre Pablo se cuenta tres veces el episodio del llamado en el camino de Damasco, que marca el cambio de su vida, marcando claramente un antes y después. Antes Pablo era un acérrimo enemigo de la Iglesia. Después pone toda su existencia al servicio del evangelio.




También para nosotros, el encuentro con la palabra de Cristo puede transformar completamente nuestra vida. No es posible escuchar esta Palabra, y quedarse quietos en el propio lugar, quedarse detenido en las propias costumbres. Esta nos lleva a vencer el egoísmo que tenemos en el corazón para seguir con decisión a aquel Maestro que ha dado la vida por sus amigos.




Porque es Él que con su palabra nos cambia, es Él que nos transforma, es Él que perdona todo si abrimos el corazón y pedimos perdón.




Queridos hermanos y hermanas, esta fiesta despierta en nosotros una gran alegría, porque nos pone delante de la obra de la misericordia de Dios en el corazón de de dos hombres, es la obra de la misericordia de Dios, en estos dos hombres que eran grandes pecadores. Y Dios que quiere colmarnos también a nosotros con su gracia, como lo hizo con Pedro y Pablo.




Que la Virgen María nos ayude a acogerla como ellos, con corazón abierto, a no recibirla en vano. Y nos sostenga en la hora de la prueba, para dar testimonio de Jesús y de su Evangelio. Lo pedimos en particular hoy, por los arzobispos metropolitas que han sido nombrados en el último año, que esta mañana han celebrado conmigo la eucaristía en San Pedro. Los saludamos junto a sus fieles y familiares y rezamos por ellos”.







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