El año pasado, por esta misma época, les contábamos que se había realizado un debate público entre los cuatro pre candidatos de la Democracia Cristiana chilena a la Presidencia, y que en esa instancia el único que se había manifestado a favor del matrimonio natural había sido Claudio Orrego, pero que, cuando le pidieron que justificara su posición, la respuesta que entregó fue totalmente insuficiente y decepcionante.
En concreto, lo dijo que durante ese debate fue que esa es la opinión mayoritaria de los chilenos y la tradición histórica de las naciones, de todas las confesiones e incluso agnóstica, ha sido favorable en cuanto a mantener esa definición. Como se ve, ya en esa instancia no había nada de fondo y sustancia en su posición, solo el decir que siempre se ha hecho así, que es lo que cree la mayoría, que Chile no está preparado.
Saltamos un año al futuro, y nos encontramos con que Claudio Orrego con que fue nombrado como intendente de la Región Metropolitana por la Presidenta Michelle Bachelet, y que (¡oh sorpresa!) ahora aparece suscribiendo una carta dirigida al Presidente del Partido Demócrata Cristiano Ignacio Walker donde 124 prominentes militantes del partido sostienen que “es necesario terminar con la discriminación histórica que ha existido contra personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales de nuestro país” y que “eso pasa por generar un consenso para apoyar el matrimonio igualitario”.
Este tipo de episodios, que se van haciendo cada vez más comunes, deberían servirnos de advertencia respecto a la naturaleza de los animales políticos que nos gobiernan. Para la (mayoría, espero) de las personas, hablar de temas como matrimonio o aborto conlleva una clara opción respecto de importantes temas filosóficos y definiciones fundamentales, acerca de la vida, la naturaleza del ser humano y el bien común, y por eso son posiciones esencialmente diferentes de otros, como la opinión que cada uno pueda tener acerca de una política económica o de inmigración determinada.
Para los políticos, en cambio, esos temas son una moneda de cambio más, que se transan según conviene a cada momento político, y todo en vista a lo que en ese instante se percibe como una ventaja política transitoria. Si el matrimonio natural me diferencia del mis competidores y es percibido como una opinión agradable a los electores, me basta con una justificación superficial y así ganar la próxima elección. Ya más adelante se verá si esa opinión todavía me sirve.
A no entusiasmarse entonces, con los políticos que parecen respetar nuestras opiniones, y a no sorprenderse cuando luego nos traicionan (y esto vale para ambos lados del espectro político). Cuando los signos están ahí a cada paso, nadie puede excusarse pensando que no nos han advertido.
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