Un visitante comenta:
Dice Pato “Tú sabes que la Providencia lo gobierna todo y nada ocurre sin que Dios lo quiera o permita".
Claro que siguiendo la misma lógica entonces si cada violación es querida o permitida por Dios, igualmente cada aborto es querido o permitido por Dios.
Efectivamente. El Catecismo, hablando acerca de la divina providencia, enseña:
311 […] Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien
Lo malo no ocurre porque Dios lo quiera, pero sí lo permite.
Esto puede parecer una sutileza para algunos, sin una diferencia real de fondo entre una u otra actitud, pero en realidad es una distinción de una importancia capital para la vida de todos nosotros, porque sienta las bases para la tolerancia en la vida política, con la que tanto se llenan la boca los enemigos de la Iglesia, pero que no ha surgido como principio social en ninguna otra cultura que no sea aquella inspirada por el cristianismo.
En efecto, cuando Dios, que gobierna el universo, permite un mal moral como un aborto, por respeto a la dignidad y libertad de los humanos que deciden participar en ese crimen abominable, le está indicando al príncipe, el gobernante humano, que él también debe respetar esa dignidad y libertad, y que no todo está permitido en la búsqueda del bien, que los políticos suelen identificar con la mantención de su propio régimen.
¿Qué puede ser tan importante en el ser humano como para justificar que Dios no impida tanto mal que hay en el mundo? Te aseguro que no lo sé, pero después de todo yo no soy Dios.
Continúa nuestro visitante:
Leyendo la Biblia efectivamente lo que se transmite es que Dios puede castigar a personas o naciones enteras y que de las muertes, las plagas, las inundaciones, las guerras, se deben sacar enseñanzas.
Pero entonces está el problema de que si lo que nos parece malo ocurre porque Dios lo quiere, ¿hasta qué punto es lícito tratar de evitarlo?
Como todo, es lícito tratar de evitar un mal, hasta el punto en que incurres en un acto que sabemos que es intrínsecamente malo.
Por ejemplo, un cáncer pone en peligro la vida de una mujer embarazada: el cáncer es un mal que se opone al bien de la vida, y por lo tanto sería lícito combatirlo, con cualquier medio que no implique un acto que sabemos intrínsecamente malo, como procurar la muerte de un ser humano inocente.
Otro caso: Si la persona enferma es alguien como Hitler ¿No es razonable pensar que el cáncer es un castigo de Dios? y si ese fuera el caso ¿sería lícito resistirlo aplicando tratamientos para sanarlo? El problema con este planteamiento es que presume que sabemos algo que en realidad no tenemos cómo saber, a falta de una revelación divina: que el cáncer que sufre una persona es un castigo de Dios.
Ciertamente que Dios puede castigar a una persona y, como dice nuestro comentarista, la revelación está llena de casos en que eso ha ocurrido, e incluso ese antecedente puede llevarnos a considerar seriamente la posibilidad de un castigo actual. Sin embargo, negar el tratamiento presupone una certeza al respecto, y no veo cómo podríamos alcanzarla.
El suicidio es pecado, pero ¿no es cada suicidio querido o permitido por Dios?.
Sí, claro, está el libre albedrío. Pero al final resulta que aunque veamos cometer terribles pecados, genocidios, holocaustos, exterminios, todos esos actos libres de los hombres son queridos o permitidos por Dios por alguna razón, porque al final saldrá algo bueno de eso.
Esa es nuestra confianza: que a pesar del mal que podamos encontrar, Dios puede sacar algo bueno de todo eso. Pero no es una confianza ciega, un mero fideísmo, sino que se funda en los eventos que rodearon el peor mal que consigna la historia, la muerte de Dios en la cruz, que fue causa del mayor bien que hemos recibido, nuestra redención. Si hasta de ese desastre, Dios pudo sacar un bien mucho más grande, estamos justificados en confiar en que de otros males menores, Él puede sacar un bien. Y a veces tenemos el privilegio de verlo.
Otro ejemplo lo encontramos en la parábola del hijo pródigo: El Padre sabe que lo que su hijo le pide (la parte de la herencia que le corresponde) es injusto, porque él no ha muerto, y que en ninguna parte su hijo menor estará mejor que con él. Sin embargo accede a sus deseos, tal vez percibe que es la única forma de reconstruir la relación, así que el hijo se va y lo que ocurre a continuación es todo malo. El mundo se queda con eso, pero nosotros conocemos el resto de la historia, cómo es recibido el hijo en la casa del Padre y la gran fiesta que hace olvidar todos los años de sufrimiento.
¿Y si por esos actos libres pero al mismo tiempo permitidos por Dios muchos hombres se condenan, por qué va a querer Dios que el alma de un hombre vaya al infierno?.
Dios no quiere que ningún hombre vaya al infierno, y si el infierno existe es porque los hombres desean fervientemente terminar ahí, pues lo escogen como algo más deseable que compartir la eternidad con Dios, y Dios respeta esa libertad. Para muchos teólogos esto es un misterio, incluso un insulto a Dios, pues creen que nadie podría resistir al amor de Dios al tenerlo frente a frente. Sin embargo, creo que no es difícil encontrar personas que elegen constantemente el pecado a lo largo de su vida, y eso puede obligarnos a cerrar los ojos ante la luz de Dios.
De hecho, nuevamente encontramos el mismo principio: el infierno es un mal enorme, y sin embargo Dios tolera que exista por respeto a nuestra libertad, para sacar de ahí que la bondad de lo santos brille con mayor fuerza.
Por un lado nos dicen que Dios quiere que todos los hombres se salven, pero por otro Dios mata (sí, mata, o si lo prefieren “deja morir") a hombres que sabe se van a condenar (paganos, herejes, pecadores, etc.).
Si Dios sabe que algunos se van a condenar ¿para qué los crea? Es un misterio, en efecto, pero todavía podemos ver que Dios incluso se sirve de ellos para bien de los que le aman, como ocurrió en el caso de Judas.
En fin no lo entiendo. O tal vez sí. Creo que ante un mundo caótico en que a veces los malos parecen tener todas las recompensas y los buenos solo sufren, hay que consolarse pensando en que todo debe tener una razón incomprensible pero positiva que al final será desvelada.
No se trata de entenderlo. Nadie espera que el padre que ve a su hijo morir en sus brazos entienda que su sufrimiento, propio y de su hijo, será compensado mil veces en la otra vida. Por eso hablamos de la esperanza, no como algo natural, sino como una virtud.
¿Demasiado bueno para ser verdad? Tal vez en otra época, cuando los hombres sufrían en la tierra y el dios de los filósofos estaba en otra esfera, ocupado en nada más que contemplar su propia bondad y perfección. Podríamos seguir viviendo en ese mundo, y nadie podría acusar a Dios de ser injusto, pero hoy tenemos el consuelo de una religión como la católica, que tiene toda una teología dedicada precisamente al sufrimiento y que surge de la enseñanza y el ejemplo de su fundador.
En otras palabras, no es una esperanza meramente voluntariosa, y un consuelo ciego, sino que está razonablemente fundada en lo que Dios ha querido revelarnos acerca de Él mismo y Su naturaleza.
Y por eso le damos gracias. Aleluya, aleluya.
Les dejo aquí lo que el Papa Juan Pablo Magno enseñó sobre esta misma pregunta: ¿Por qué Dios permite el mal?
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