Mons. Martorell: “Jesús ama la realidad del matrimonio”
El obispo resaltó que al principio el hombre se sentía solo y distanciado de todos los animales de la tierra debido al don altísimo de poseer inteligencia y voluntad, a imagen de su creador. Por eso, viendo Dios que la soledad del hombre era verdadera, le dio de compañera a la mujer.
“Ambos se complementan entre sí y ambos se necesitan”, comentó. “Dios –agregó- pensó al hombre y a la mujer idénticos en su especie pero diferenciados en sus sexos y al igual que los otros seres, tendrían la misión de colaborar con Él en la multiplicación de la especie humana. Por voluntad del Altísimo, el varón y la mujer tienen la sagrada misión de unirse y multiplicarse, dando así consistencia y realidad a la familia humana”.
Citando el Evangelio en el que Jesús es interrogado sobre este tema por los fariseos, monseñor Martorell advirtió que el divorcio “permitido en ciertos casos” fue por “la terquedad del corazón de los hombres”, pero no fue así al principio de la Creación, ya que Dios quiso al hombre y a la mujer unidos.
“Jesús concluye tajantemente diciendo: «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». Ante la insistencia de los discípulos, Jesús recalca su postura, que es la del principio de la Creación. Jesús ama la realidad del matrimonio y resalta la necesidad del amor de Dios en éste”, dijo.
Para el obispo, la santidad de la familia y su estabilidad son un mandato que Dios ha puesto en el corazón de los esposos y este mandato es el del amor mutuo. “Sólo el amor a Dios y la ofrenda constante de los corazones de los esposos podrá hacer permanente esa unión”, subrayó.
Para que la familia crezca en santidad, monseñor Martorell insistió en que los padres practiquen su fe y sean acompañados en esto por sus hijos. “Los padres deben inculcarles el amor a Dios en todo momento, para que en el camino de sus vidas -frente al mundo y al demonio- no se encuentren desamparados, sin la fe y la esperanza que provienen de Dios y que se depositan en el corazón”, explicó.
“Cuántas veces nuestros jóvenes y niños caen en el flagelo de la droga, el alcohol y de otros vicios porque se sienten solos y sin esperanza en un mundo cada vez más difícil Amarlos no significará ser permisivos y criarlos sin fe y sin obligaciones religiosas. Por el contrario, deberán enseñarles a Dios y comunicarles en Él toda la grandeza de su amor, para que los hijos puedan ver el mundo que los rodea a través de la mirada de Dios que es amor”, concluyó el obispo.+
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