He leído el artículo “Cuando la Iglesia corrigió al Papa” de Infovaticana y me gustaría hacer algunos comentarios a sabiendas que esa web no sólo me permite disentir con ellos, sino que me estimula a ello.
Ayer hice mi rato de oración de la tarde viendo media hora de La Pasión de Mel Gibson. Viendo, meditando y orando los sufrimientos de Nuestro Señor aparece, como parte de ellos, la negación de Pedro. Parece difícil ver como defensor último de la Verdad a un Pedro que llorando se presenta ante María, y que llorando está al borde de la desesperación por su traición.
Pedro NEGÓ a Cristo. El defensor último sobre la tierra de la pureza de la ortodoxia le negó. Ahora bien, le negó a nivel personal. No por defender a Pedro a toda costa digo esto, sino por amor a la verdad, hay que reconocer que la negación fue personal. Uno es ese individuo al borde de la desesperación y otro es el maestro de la fe que colocaba en mitad de la asamblea para exponer y profundizar en la fe. Esto no es defender al pobre Pedro a toda costa, sino que forma parte de la verdad reconocer estos dos aspectos en la misma persona.
El caso de Honorio I aducido por Infovaticana es un triste caso en la Historia de la Iglesia. Se pueden llenar un centenar de páginas explicando en qué consiste ese triste episodio. Pero todo se resume en unas pocas líneas:
-Tras la muerte de Honorio I, éste fue acusado por algunos de negligente en la defensa de la ortodoxia respecto a un punto de la fe.
-Un concilio le condenó y san León II ratificó la condena. Pero, dado que Honorio I no afirmó nada contrario a la fe, la condena debe entenderse en el sentido de que no defendió la verdad cuando debería haberlo hecho.
Esto es todo. Ahora bien, si Honorio I fue negligente en la defensa de la ortodoxia (si lo fue, porque también de este Papa se puede hacer una apología), el tercer concilio de Constantinopla hubiera hecho un gran servicio a la Iglesia si hubiera sido más preciso en qué era lo que se condenaba de Honorio. Todos los expertos coinciden: su posible negligencia.
Claro que, dado cómo estaban las cosas, tal vez hasta nos podemos alegrar de que las cosas quedaran como quedaron en ese concilio. Es muy fácil juzgar ahora (con la claridad teológica de la que gozamos ahora) a los hombres de esa época. Desde la altura de 22 concilios ecuménicos sí que se juzga con comodidad.
La relación entre el papado y los obispos en la custodia de la Verdad es de armonía. Como en un sistema solar en el que cada astro tiene su órbita propia, pero todos se interrelacionan. Ahora bien, si tras veinte siglos algo ha quedado claro es que el Papa no puede ser juzgado por nadie, ni siquiera por el concilio universal.
Por eso, es errónea la frase del citado artículo la Iglesia puede sentenciar negligencia en el deber del Sumo Pontífice de combatir el error. La Iglesia no puede sentenciar nada contra el sucesor de Pedro. Todo miembro de la Iglesia puede dirigirse al Papa en privado y hacerle notar lo que desee. Pero públicamente, cuando nos dirigimos a él, debemos recordar que es Vicario de Cristo, el dulce Cristo en la tierra, el garante último de la ortodoxia.


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