Por Fernando PASCUAL |
Cada mente, cada corazón, están basado en certezas. Algunas más firmes. Otras más frágiles. Pero es imposible vivir sin certezas.
Hay certezas sencillas, para andar por casa. Tenemos certeza de que el suelo nos sostiene, de que la electricidad funciona, de que los amigos son fieles.
Otras certezas son más complejas, requieren apoyos especiales. Las certezas cristianas, por ejemplo, suponen la ayuda de la gracia y la cercanía de testigos.
Hay certezas que, un día, se revelan frágiles. El suelo no era tan seguro. Un corte de luz deja el hogar sin energía. El amigo no era tan fiel como pensaba.
Pero otras certezas duran, más allá de los golpes. Sobre todo cuando se basan en un Dios que es Padre, que nos ha hablado por el Hijo, que nos ha enviado el Espíritu.
¿Cuáles son las certezas en las que fundo mi vida y dirigen mis decisiones? Serán certezas válidas si están bien fundadas. Serán certezas débiles si están construidas sobre arena.
Nadie puede vivir sin certezas. Lo importante es escoger aquellas que valen de verdad, y dejar de lado otras que brillan mucho, pero que tarde o temprano muestran su fragilidad y su inconsistencia.
Este día sigo en camino. Me guía una luz que viene de la Pascua. Dos certezas indestructibles dan sentido a toda mi existencia: Dios me ama, y ama a todo ser humano. Desde la seguridad que me dan esas certezas, puedo salir de mí mismo, acoger la misericordia, y orientar mi corazón hacia el servicio a los hermanos.
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