Jesús abre los sepulcros de nuestro corazón y nos da la Vida
1. "Enviáronle a decir las hermanas: Señor, el que tú amas, está enfermo." Quiero pedirte yo también, Señor, por todos los que agonizan, por los que mueren… "Lázaro, mi amigo, duerme, pero voy a despertarlo". El Señor acudirá cuando lo estime oportuno, como vemos en este episodio. Jesús conoce el desenlace y así lo hace saber a sus discípulos: “Lázaro ha muerto y me alegro por vosotros de no haber estado allí para que creáis”. Siempre nos dice: “¡Que tengáis fe!” Y es que no debemos perder la paz o pensar que hay situaciones que no tienen remedio. El Señor conoce esas dificultades que encontramos en nuestra vida. No podemos estar amargados… estamos hechos para la vida, lo bello, lo justo, lo verdadero, lo amable... y Cristo ha venido al mundo para vencer al mundo (el mal, la mentira, la injusticia, la enfermedad y, por último, la muerte). Sólo en Cristo está la paz, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Sin Jesucristo, sin ese poder que Él tiene de resurrección, esta vida carece de sentido. Con la certeza de que todo tiene un sentido, con esa fe que mueve a la caridad con el amor que Dios nos da, nos podemos llenar de paciencia, de comprensión, de fortaleza para aceptar las cosas y a las personas. Es la visión de ver las cosas como las ve Dios, y así con fe confiamos en un remedio para casos sin remedio: "por la fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso" (prefacio).
«Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar tus heridas, Él es médico. Si la fiebre te abrasa, Él es la fuente de agua fresca. Si te oprime el peso de la culpa, Él es la justicia. Si necesitas ayuda, Él es la fuerza. Si temes la muerte, Él es la vida. Si deseas el cielo, Él es el camino. Si huyes de las tinieblas, Él es la luz. Si buscas comida, Él es el alimento. Buscad y ved cuán bueno es el Señor; dichoso el hombre que espera el Él» (San Ambrosio).
Lázaro se muere… es símbolo de Jesús, que se queda dos días en aquel lugar, a las puertas del tercer día, que significa resurrección, vida. Cristo ha venido para que «tengamos vida y la tengamos en abundancia» y la tengamos para siempre.
Marta va a recibir a Jesús. El diálogo con las hermanas es impresionante; primero ellas se quejan, cada una por su lado: “Señor si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Luego María repite casi exactamente las palabras de su hermana. ¡Si el Maestro estuviera aquí! Al recordar esos días de espera angustiosa y de sufrimiento rompe a llorar. Y Jesús que no puede dominar la tensión de este encuentro se conmovió también. "El Señor, al verla llorar... se conmovió en su interior..., se echó a llorar. Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba». Le quería tanto, que su corazón rompe en lágrimas”.
Luego, Jesús: -“Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta su adhesión, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?" y sale de sus bocas aquella proclamación de la fe que también deseamos nosotros, fruto de nuestro diálogo esperanzador con el Señor en la oración, en camino hacia la Pascua. La divinidad y la humanidad del Señor de modo tan admirable unidos en esta escena tan viva… Y es, esa doble naturaleza divina y humana la que explica que su amor por nosotros logre remediar lo que para nosotros es irremediable: la muerte. “Jesús es tu amigo. El Amigo. Con corazón de carne, como el tuyo. Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro... Y tanto como a Lázaro te quiere a ti” (S. Josemaría, Camino 422).
La fe es vista como conversión, iluminación, comunión, y estos tres aspectos quedan destacados a través en estos tres domingos llamados de “escrutinios” para los que van a ser bautizados. Leímos hace dos semanas el pasaje de la samaritana (conversión); la semana pasada fue el ciego de nacimiento (iluminación); y hoy la resurrección de Lázaro (la vida nueva en la comunión con el Señor).
«Nunca te desesperes. Muerto y corrompido estaba Lázaro: -hiede, porque hace cuatro días que está enterrado, dice Marta a Jesús. / Si oyes la inspiración de Dios y la Sigues -¡Lázaro, sal afuera!-, volverás a la Vida» (J. Escrivá, Camino.-719).
S. Agustín da un sentido espiritual a los milagros que Jesús hace con las tres resurrecciones del Evangelio. La hija del jefe de la Sinagoga estaba aún enferma y en camino a casa se anuncia su muerte: “La niña ha muerto, ¿por qué molestas todavía al maestro?” Jesús prosiguió su camino y dijo al padre de la joven: “No temas, cree solamente”. Cuando llegó a casa lo encontró todo dispuesto para los funerales. “No lloréis, les dijo; la joven no está muerta, sino que duerme”. “Y dijo la verdad: dormía, pero sólo para quien tenía el poder de resucitarla”. Se hallaba muerta dentro de casa. “Hay personas que han pecado ya en su corazón, pero el pecado aún no se ha hecho realidad exterior. Un tal se sintió afectado por cierto deseo”. Y ya se puede pecar en el corazón. Y Jesús nos salva: “resucita el muerto en la casa y revive el corazón en lo secreto de la conciencia. Esta resurrección del alma muerta se produjo en el secreto de la conciencia; caso idéntico a aquel que resucitó dentro de su casa”.
También resucitó a un joven, hijo de una viuda... sacaban al muerto de la casa cuando Jesús pasa y dice: “Joven, yo te lo ordeno, levántate” (Lc 7,14). Resucitó el difunto, comenzó a hablar y se lo entregó a su madre. El joven ya no estaba en casa. Son los “que, después de haber consentido pasan a la acción; es el caso paralelo a quienes sacan fuera al muerto, para que aparezca a las claras lo que permanecía oculto. ¿Han de perder la esperanza éstos que pasaron a la acción? ¿No se le dijo a aquel joven: “Yo te lo ordeno, levántate”? (Lc 7,14). ¿No fue devuelto a su madre? Luego así también quien pecó de hecho, si amonestado y afectado por la palabra de la verdad se levanta ante la palabra de Cristo, resucita también. Pudo avanzar en el pecado, pero no perecer para siempre”.
Resucitó igualmente a Lázaro, pero del sepulcro. A los discípulos con quienes hablaba, que sabían que Lázaro, amado con predilección por el Señor, estaba enfermo, les dice: “Lázaro, nuestro amigo, duerme”. Pensando en el sueño reparador de la salud, le responden: “Señor, si duerme, está curado”. Y él, de forma ya más clara: “Nuestro amigo Lázaro ha muerto”. Dijo la verdad una y otra vez: para vosotros está muerto, más para mí duerme. Fue resucitado estando en el sepulcro. “Quienes a fuerza de obrar mal se enredan en la mala costumbre de forma que esa misma mala costumbre no les deja ver el mal, se convierten en defensores de sus malas acciones” y no hacen caso de quienes les advierten: “están como sepultados. Pero, ¿qué he de decir, hermanos? De tal forma sepultados que se les podría aplicar lo que se dijo de Lázaro: “Ya hiede”. La piedra colocada sobre el sepulcro es la fuerza oprimente de la costumbre que aprisiona al alma y no la permite ni levantarse ni respirar”.
El alma llega a ese estado como en cuatro etapas. “La primera consiste en la seducción del placer en el corazón. La segunda en el consentimiento. La tercera es ya la realización y la cuarta la costumbre. Hay quienes rechazan tan radicalmente con sus mismos pensamientos las cosas ilícitas que ni siquiera se deleitan en ellas. Hay quienes se deleitan, pero no consienten; habría que decir que la muerte no es plena, pero que en cierto modo se ha iniciado ya. Si el consentimiento sigue a la delectación, ahí está la condenación. Tras el consentimiento se procede al hecho y el hecho conduce a la costumbre, provocando una cierta pérdida de esperanza, por lo cual se dice: Lleva cuatro días, ya hiede”. "Si nos ve fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para nosotros vida: ‘Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda’ (Lc 5,24), sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida" (s. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa 93).
Lázaro también puede verse como símbolo de la destrucción del destino inexorable y de la fatalidad, no somos un ser para la muerte, pues Jesús es la resurrección y la vida. ¡Qué fantástico sería si a la pregunta "¿Crees esto?", respondiéramos como Marta: "¡Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo!".
2. Ezequiel ha tenido la visión de unos huesos secos e informes que toman carne, se organizan y reviven. El ruah-viento-espíritu, soplo animador por los cuatro costados, es vida por doquier. Huesos y espíritu, muerte y vida es el eje central de la visión, de la parábola y de la teología de este pasaje. "¿Podrán revivir esos huesos?"; el profeta se limita a responder: "Tú lo sabes, Señor". Y aquellos cadáveres "revivieron, se pusieron en pie". "Huesos calcinados", es decir "esperanzas desvanecidas”; pensamientos negativos del tipo “estamos perdidos", corroen la raíz de la existencia… ante estos sepulcros la infusión "de mi espíritu en vosotros" les dará ser vivos-divinos, personas libres (Edic Marova). Jesús derrota la muerte y nos resucita… aquí está profetizado. Y el salmo de hoy expresa bien ese renacer: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz… Mi alma espera en el Señor… porque del Señor viene la misericordia… él redimirá a Israel”.
3. "El hombre que está en la carne" es el que padece la opresión del pecado y siente sus consecuencias: ha perdido su armonía interior. "El hombre que está en el espíritu" es el hombre que ha sido salvado por Cristo y ha recibido el espíritu de Dios que da la vida: “Si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros”: si amamos la justicia y mantenemos la integridad de la fe católica”.
Llucià Pou Sabaté
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