El camino más efectivo

Apreciables hermanos y hermanas:

Nuestra vida es comparada con un camino que vamos recorriendo mientras dura nuestra peregrinación en esta Tierra. Nuestra vida es un camino que vamos recorriendo, que vamos caminando. Dios nos invita a vivirlo en santidad, mientras dura nuestra peregrinación, mientras recorremos el camino de la vida.
Le pedimos a Dios, en primer lugar, que nos enseñe el camino de la vida. El Señor nos da la respuesta cómo debemos vivir, con quién debemos caminar, el camino de la vida, para ser plenamente felices y realizados. En este camino, Cristo sale a nuestro encuentro, se coloca a nuestro lado, porque está vivo, porque ha resucitado.
Cuando asistimos a la Eucaristía, el Señor nos parte el Pan, e inmediatamente nos hace pensar en su Última Cena, antes de padecer, morir y resucitar.
Así que el Resucitado está vivo y realmente presente cada vez que nos reunimos para la Fracción del Pan. En el camino de la vida, Jesucristo se hace presente en nuestro camino cuando celebramos la Eucaristía.
En el camino de la vida, cuando celebramos la Misa, y Cristo nos da el Pan de su Cuerpo y nos da su Sangre, nos habla por las Escrituras. Él es el que habla y enseña en el camino de la vida, las Escrituras, nos hace entender por qué tuvo que padecer, por qué tuvo que morir y por qué resucitó. De esta forma, hace caer el velo de nuestros ojos que nos impide ver la verdad. El Señor nos descubre el misterio de nuestra salvación.
Hace vibrar nuestros corazones cuando nos acercamos, de verdad, a encontrarnos con Él. Es importante que sepamos a qué vamos a la Eucaristía. No vamos para discutir un plan de beneficencia social, o por un código de ética que tenemos que observar. Vamos porque el Resucitado está vivo y nos congrega, para explicarnos las Escrituras y para darnos a comer su Cuerpo.
Si no estamos aquí con esta convicción, de algo nos ha de servir; pero si estamos con esa convicción, no solo el Señor resucitado nos llenará de su misma vida, sino que nos enviará para que seamos testigos de esa vida nueva que nos mereció con su muerte y su resurrección. Cuando vamos a Misa, no podemos salir igual que como entramos, sino más entusiasmados, para decir a todos nuestros conocidos que hemos visto al Resucitado, que hemos visto al Señor, y que vale la pena venir a Él, y escucharlo, y caminar el camino de la vida a su lado.
No es lo mismo caminar el camino de la vida con el Resucitado que caminarlo en medio de nuestras tristezas, decepciones, desalientos, depresiones, escándalos y enojos.
Jesús nos abre los ojos, nos renueva y fortalece nuestra fe. Cada Eucaristía en la que participamos no alcanza su sentido si nuestra fe no se renueva y se afianza, si no se hace compromiso de vida.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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