Peripheria: Iglesia en salida
Pbro. José Marcos Castellón Pérez
El pasado 1 de mayo celebramos el “Día del Trabajo” en conmemoración de aquellos trabajadores de Chicago sacrificados por la represión sangrienta de 1886. Hoy, como en aquellos ayeres, todavía hay muchos seres humanos que ven vulnerados sus derechos laborales: esclavitud, pésima remuneración salarial, frágiles prestaciones sociales, desempleo, trabajo informal, trabajo infantil y, paradójicamente, una creciente insatisfacción y estrés por cuestiones laborales.
Desde la fe, hemos de considerar el trabajo como una bendición con una doble finalidad: la de encontrar la satisfacción, la realización y el crecimiento personal, así como poder recibir el salario justo que haga posible una vida digna. El trabajo es una bendición con la cual Dios otorga al hombre el ser custodio y gerente de la creación para humanizarla e irla transformando en un hogar para todos los seres humanos; a fin de lograrlo, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Sin embargo, el pecado dañó la naturaleza humana y, por tanto, también a esta dimensión laboral y creativa del hombre. De ahí que sea, como lo mencionaba líneas arriba, un pábulo para el egoísmo, para la explotación de hombres, mujeres, niños y de la misma creación, considerados sólo desde las leyes del mercado.
San Juan Pablo II nos regaló una bella síntesis de la doctrina cristiana del trabajo en la encíclica Laborem exercens en el año de 1981. En ella se nos recuerda que Dios ha querido crearnos creadores y que el trabajo debe entrañar una gran satisfacción para el trabajador, que se ve trascendido en su obra; además de que con ello llevar el pan a su mesa con el sudor de su frente. Por otra parte, nos enseña que el trabajo viene alternado por el descanso del domingo (sábado en el A.T.) evocación de que la finalidad última del ser humano no está en la construcción de este mundo a la medida del hombre, sino en la recepción de un Reino que se nos da por pura gratuidad, lo que nos debería hacernos hombres y mujeres libres que gozan la creación y, sobre todo, las relaciones familiares y de amistad, siempre en el marco de la alegre gratuidad.
Como cristianos apostamos por la dignidad del trabajo y por la defensa de los derechos laborales de todas las personas, teniendo como modelo de todo trabajador al mismísimo Hijo de Dios que aprendió el oficio de carpintero en el amoroso taller de su padre San José. Un reconocimiento, en este mes de la madre, a tantas mujeres que con el trabajo silencioso y poco reconocido, pero esencial, han contribuido a hacer un mundo más humano.
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