El contenido de la carta de la corrección filial: unos comentarios












Ayer comentaba la carta de la corrección fraterna de un modo jocoso. Hoy permitáseme hacer algunos comentarios al contenido. Todo lo que ha hecho o dicho el Papa, en estos años, es salvable teológicamente para la mente más tradicionalmente ortodoxa. El único punto que parece insalvable para no pocos pastores es el que se refiere a la comunión a los que conviven more uxorio sin estar casados con el sacramento. Por supuesto que estoy haciendo una síntesis. Por supuesto que esto es una simplificación, pero ésta es la esencia del problema. 

Vaya por delante que respeto a los que tienen tal impresión de incompatibilidad. Con toda sinceridad, respeto a esas personas, porque quieren ser fieles a la Ley de Cristo.
He leído las 7 proposiciones latinas que la Carta propone como heréticas. Las 7 se reducen, en definitiva, en suma, a la cuestión sexual. La cuestión sexual ramificada en siete campos, en siete proposiciones abstractas, cierto que distintas entre sí, pero reconducibles a ese núcleo.
Me gustaría que todos nos apercibiéramos del hecho de que hasta hace pocos decenios había una identificación entre ley objetiva y realidad social. Esa situación era óptima. La Ley de Cristo (acerca de la objetividad del vínculo matrimonial) reinaba sobre la ciudad de los hombres y sus leyes. Reinaba de un modo teórico y práctico. Incluso en los países protestantes donde existía el divorcio, la realidad era la de la identificación que he hablado; siendo los divorcios hechos excepcionales. Incluso los ateos, de hecho, mantenían la indisolubilidad del matrimonio.
Pero, hoy día, la total ruptura entre esas dos realidades crea puntos de fricción (tan difícilmente sostenibles por algunos sujetos) que deben ser atendidos uno por uno. La ley sigue siendo verdadera. La objetividad de la ley sigue siendo intangible. Pero qué duda cabe que incluso el derecho canónico en tiempos de san Juan Pablo II se hizo eco de ciertas situaciones, casos especiales y debilidades psicológicas o morales, para ir estableciendo una jurisprudencia que, se mire como se mire, suponía una evolución en la comprensión de la esencia del matrimonio.
En tiempos del autor de Veritatis Splendor, se admitieron razones para la declaración de nulidad que no hubieran sido admitidas dos siglos antes. En el siglo XVIII, les hubieran dicho al compareciente: “Te has casado, pues punto final”. “¿Estas casado o no estás casado?”, eso era todo.
Pero la canonística se dio cuenta de que, basados en la pura razón, las cosas son, a veces, algo más complejas. Amoris laetitia ha abierto un periodo de reflexión, ha abierto al diálogo eclesial una puerta que parecía cerrada. Pero ello no ha sido porque el Pastor Supremo haya cedido a las malas pasiones, sino porque la misma razón invitaba a un replanteamiento general de la relación entre la mente de Dios respecto a este asunto y ciertas realidades concretas.
Pongo un ejemplo: Un chico de 35 años y su novia de 32 años, llevan trece años de noviazgo. Ambos hubieran querido casarse hace mucho tiempo, hace más de un decenio. Se aman fielmente, se aman con un cariño que no merma desde hace tanto tiempo. Pero ninguno tiene trabajo, sólo breves trabajos temporales mal pagados. Cada uno de ellos vive en casa de sus padres, en un pequeñísimo dormitorio compartido con otro familiar. Viven en una situación que conforme se acercan a los cuarenta años no tiene visos de cambiar de ninguna manera.
¿Es esta situación totalmente equiparable sin más a la fornicación? Evidentemente, no. ¿El confesor debe amenazarles con la condenación eterna si siguen en esta situación? A mi humilde entender, no.
Podríamos poner en distintos campos una docena de situaciones igual de angustiosas para los interesados que ésta descrita. Situaciones en las que la razón parece impulsar a una reflexión que vaya más allá de un mero afirmar: la raya está aquí.
Por supuesto que lo que he dicho, palabra por palabra, admite una comprensión dentro de la más rancia tradición moral (la pastoral, la epiqueia, la disminución de la responsabilidad, etc) y otra comprensión que suponga una evolución del entero planteamiento. Yo lo he dicho mil veces que me someto a lo que diga la Iglesia a coro. Pero lo que es indudable es que se ha abierto un periodo de diálogo y reflexión eclesial.
Hay una discusión que es constructiva y otra que no lo es. La carta de la corrección de ayer no era constructiva.

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