He leído en el blog “Espada de doble filo” el artículo de Bruno M. titulado Sobre la Correctio filialis.
Este artículo y todos los de este autor me parecen siempre magníficamente fundamentados y de gran provecho. Este laico puede no tener ningún cargo sobresaliente en la Iglesia, pero lo que dice para mí tiene mucho más interés que las palabras de otros más encumbrados en distintos honores.
Su último artículo me ha parecido muchísimo más interesante que por ejemplo la misma Correctio filialis que él comenta. Normalmente, las obras de consenso (para ser firmadas por muchos) suelen ser más frías que la síntesis totalmente personal.
Nada hay en lo que dice Bruno M. en su artículo que no pueda él razonarlo de un modo serio. Él mismo no intenta razonar todas y cada una de sus afirmaciones, pues considera (y estoy de acuerdo) que puede pasar directamente a las conclusiones.
Ahora bien, aun estando de acuerdo con él en el fundamento común (el Magisterio, los dogmas, las Escrituras, la gran obra teológica de siglos anteriores), permítaseme decir que he llegado a conclusiones distintas. Me explico: Bruno M. escribe:
“Estas posturas heterodoxas niegan en la práctica la existencia de actos intrínsecamente malos, convierten la moral en subjetiva, dan carta de naturaleza al divorcio en la Iglesia al permitir la comunión a los adúlteros sin propósito de la enmienda, niegan que Dios dé la gracia necesaria para evitar el pecado mortal, consideran que, en algunas ocasiones, Dios quiere que sigamos pecando, etc”.
Estimado Bruno, con gran razón has escrito en la práctica, porque en la letra no es así. Reconozco que las afirmaciones debatidas (ya tantas veces repetidas) de Amoris Laetitia se da la posibilidad de la bifurcación interpretativa. ¿Voy a resolver la cuestión alegando que todo se soluciona simplemente tomando el camino de aminorar cada afirmación de Amoris Laetitia y de retomar sin más lo anterior? No.
Amoris Laetitia no es un conjunto de elementos incómodos cuya misión sea sortearlos. Tampoco veo la exhortación pontificia como una serie de consejos pastorales frente a una construcción wojtiliana inamovible. Sino que Amoris Laetitia se integra en un movimiento mucho más amplio que trata de ir configurando un cambio de paradigma dentro de la fe católica.
No estamos hablando meramente de pastoral, sino que hay que hacer un esfuerzo por entender que, dentro de las mismas premisas ortodoxas, caben conclusiones que implican un cierto cambio de mentalidad. Alguien, con toda razón, podría decirme, por citar un ejemplo: “¿Es que puede ser necesario desobedecer la ley moral en algunas ocasiones? ¿Es que puede llegar a ser obligatorio quebrantar los mandamientos a veces?”.
Mi respuesta es que nunca hay que desobedecer a Dios. Pero, en ocasiones, el sometimiento a una institución instrumental puede ceder ante otro tipo de obligaciones. Esto lo vio san Juan Pablo II al determinar que, en ocasiones, era mejor vivir sine more uxorio en una nueva familia cuando, por ejemplo, había niños en esa segunda unión. Eso ya fue un cambio muy importante en el modo de entender las obligaciones inherentes a la primera familia y las obligaciones consecuentes aparecidas en la segunda familia. Y ya entonces se hablaba de que sería “mejor”, pero, en realidad, por más que se evite la palabra, también se podía decir que había verdaderas “obligaciones”.
En otros casos, con hijos por un lado e hijos por otro, se puede hablar sólo de conveniencia. Imaginemos que la primera mujer (la esposa del sacramento) sigue sola y queriendo que el marido retorne a casa. Pero que la convivencia con la primera esposa va seguir siendo una guerra continua, porque hay un maltrato psicológico de ella contra el marido. En ese caso, por más que ella quiera que él vuelva, podemos afirmar que no es conveniente. Pues hay hijos en la segunda unión y es feliz con la segunda esposa casada con él por lo civil.
Sí, como muy bien afirma Amoris Laetitia, a veces, el que ha desobedecido un precepto puede sentir que no puede volver a la primera familia si faltar objetivamente a obligaciones respecto a la segunda familia. Esto no significa que Amoris Laetitia no crea que Dios no otorgue la gracia para obedecer siempre a Dios. Sino que hay circunstancias en las que obedecer a un precepto no se puede hacer sin entrar en conflicto con otro precepto.
Éste es un ejemplo de cómo ciertas afirmaciones de Amoris Laetitia se pueden entender de un modo heterodoxo (afirmar que Dios no da la gracia necesaria) o de un modo ortodoxo (afirmar que hay obligaciones frente a obligaciones). Pero querer clarificar todo dejándolo perfectamente atado iría contra el mismo espíritu de la exhortación que pretende ir más allá de la creación de una nueva casuística.
Por eso la clarificación no se puede hacer al modo escolástico que querrían algunos, sino que hay que entender que se pretende un cambio de paradigma. Es el entero conjunto de la Ley el que debe ser entendido en cada caso según el sentido común, la caridad y, en definitiva, el entero Evangelio.
No es que a partir de ahora la ley pasa a ser sólo un ideal, un cierto modelo teórico. No. Pero tampoco debemos aplicar la ley de un modo frío, automático, inhumano, sin discernimiento, sin corazón. El mismo san Juan Pablo II permitió la convivencia sine more uxorio en casos como los citados. Eso ya fue un cambio.
Y es que hasta la misma cabeza (no sólo el corazón) entiende que la ley, aun siendo muy santa, requiere de un cierto discernimiento de las situaciones. Esto no se aplica sólo al caso de los divorciados, no se aplica tampoco solamente a la sexualidad, sino que debe aplicarse a la entera construcción de la ley moral y canónica.
Bruno M. escribía:
“A esto hay que añadir que la presentación de la negación de la moral tradicional como un “desarrollo” o una “evolución” de esa moral ha dado lugar a un clima en el que la moral entera de la Iglesia parece ser susceptible de cambios radicales, al hilo de las “sorpresas” del Espíritu Santo, como muestran últimamente los casos de la pena de muerte o la guerra justa”.
Me alegra que haya puesto esos dos ejemplos en concreto, porque iluminan la cuestión de un modo utilísimo. Lo que ha dicho el Magisterio, en siglos pasados, sobre la pena de muerte o la guerra justa era verdad. Pero, hoy día, entendemos que debemos unir a esa verdad magisterial una compresión mucho más profunda de esas realidades morales. ¿Merece el asesino de cien personas ser ejecutado? Por supuesto, sería verdaderamente justicia. ¿Es ilícito para el Estado hacer tal cosa? Por supuesto que no sería un acto ilícito. Pero en los últimos cincuenta años nos hemos dado cuenta de debe primar la verdad de la compasión, del respeto a la vida, la verdad del espíritu del Evangelio frente a una mera verdad escolástica basada en silogismos.
Respecto a la guerra justa, otro tanto. Antes la cuestión se hubiera planteado como un mero: ¿el acto de reacción es ajustado a justicia o no? Hoy día entendemos que en el conflicto latente entre Corea del Norte y Estados Unidos hay que buscar el bien de los ciudadanos norcoreanos tanto como el de los propios. Un gobernante cristiano debe ver a ambas masas de población con el mismo amor y buscar su bien. Incluso ante un acto puntual de agresión norcoreana, el juicio de un gobernante debe ir más allá de un mero juicio acerca de la licitud tal como lo plantearía Tomás de Aquino o Francisco Suárez. ¿La verdad ha cambiado? ¿Ya todo es relativo? ¿Hay que negar el magisterio anterior? No, pero ciertamente hay cambios de paradigma dentro de la vida de la Iglesia. No ya una mera corrección, sino todo un nuevo modo de entender una parte del Magisterio.
De lo contrario, seguiríamos admitiendo teóricamente el uso de la tortura por parte de la Inquisición; el único cambio que sólo admitiríamos serían adaptaciones en una verdad ya manifestada de manera pontificia. Sólo admitiríamos que ahora no sería conveniente aplicarla. Sería una adaptación sólo pendiente de la conveniencia. Frente a eso, hubo un cambio de paradigma. Hasta los teólogos más tradicionales se dieron de lo imperioso que era un cambio de paradigma y no sólo de añadir correcciones.
Bruno escribía:
“La doctrina dogmática de la Iglesia se ha relativizado hasta tal punto que la Reforma protestante, condenada por más dogmas que ninguna otra herejía en la historia de la Iglesia, puede ser considerada públicamente por un obispo como un “acontecimiento del Espíritu Santo” y los heresiarcas iniciadores de aquella revolución anticatólica como “heraldos del Evangelio”, dignos de homenajes y elogios”.
Vale la pena comentar esto, porque los mismos patrones interpretativos se pueden aplicar a las consecuencias diocesanas de Amoris Laetitia. La Iglesia como tal no ha dicho que la división sea un acontecimiento del Espíritu Santo, sólo lo ha dicho un obispo. La división entre cristianos nunca puede ser un acontecimiento gozoso del Espíritu de Dios. Tampoco la iglesia ha dicho que los heresiarcas sean heraldos del Evangelio, sólo lo ha dicho un obispo. Tanto Amoris Laetitiacomo la conmemoración del 500 aniversario de la “Reforma” pueden dar lugar en algunos a la interpretación errónea de que eso supone una disolución de la verdad, o que se puede relativizar la santidad de los preceptos.
Lo importante es entender que caminamos hacia un cambio de paradigma, porque en muchos otros campos (vg. la pena de muerte, la guerra justa, el ecumenismo o, incluso, ciertas prácticas sacramentales como la confesión sólo al final de la vida) ya ha habido cambios de paradigma en el pasado.
La versión de Bruno M. me parece ajustada en teología, moderada, y con un gran respeto eclesial. Ahora bien, me gustaría llamar la atención al hecho de que, dentro de la ortodoxia, cabe un replanteamiento del tema moral en el campo sexual y matrimonial (son dos asuntos distintos).
Nunca hablo de los silogismos o la escolástica de un modo despectivo. Pero lo que se nos ha ofrecido en los últimos años, me parece que completa de forma más humana, más adecuada, lo que teníamos hasta ahora en los manuales.
La escolástica está en el origen de lo que hoy día se considera ortodoxo y que sin duda es ortodoxo. Pero hay otros enfoques que también entrarían en el actual marco dogmático-magisterial. Negar esto, como han hecho las versiones más extremistas de oposición (no la de Bruno M.), supone una poda del árbol de lo teológicamente posible que implica una determinada comprensión del avance de la Teología: véase el sermón de Jorge de Burgos en El nombre de la rosa en su elogio de la eterna recapitulación. La teología como mera recapitulación, como mera profundización, o la teología como reflexión, como pensamiento puro.
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