Cuando nos conectamos no leemos los términos de privacidad, omitimos el listado de consejos para ser usuarios seguros
Por: Mary Velázquez Dorantes Twitter: @mary_dts
¿Te has preguntado a qué velocidad informativa viaja todo aquello que publicas en las redes sociales? ¿Qué hacemos los usuarios con la cantidad de datos que circulan en internet? ¿Quiénes son los testigos del actuar una vez que se pulsa el botón «publicar»? Abrazamos la intensidad de las redes sociales, formamos parte de las comunidades hiperconectadas, brindamos información sobre nuestros sentimientos, relaciones, trabajo, familia, gustos y preferencias; nos hacemos «amigos» de una gran cantidad de personas que están en la misma conexión, compartimos sitios, publicaciones, experiencias, sueños y anhelos; sin embargo, ¿qué tan íntima es nuestra vida en las redes sociales?
La intimidad ha quedado al desnudo en las últimas fechas, nuestros pensamientos y sentimientos se exponen a millones de personas, nos hemos subido al tren de la información sin pensar qué tanto de nuestra vida íntima es justo eso, íntima.
Desde lo trivial hasta lo profundo, desde adentro hacia afuera, lo privado se volvió púbico y lo más silencioso entró en el bullicio. Cuando nos conectamos, no leemos los términos de privacidad, omitimos el listado de consejos para ser usuarios seguros. Del total de usuarios con una red social sólo el 38% a nivel mundial sabe cómo restringir sus publicaciones, todos los demás están compartiendo información con personas que no conocen y que quizás nunca se toparán frente a frente
SIN PRIVACIDAD
Es común que las redes sociales nos inviten a crear historias, publicar qué estamos pensando, instalar filtros, nombrar el día mundial del selfie, sin decirnos que la privacidad es una experiencia personal y única a la que se le ha llamado extimidad a todas aquellas acciones que, siendo íntimas, se han vuelto públicas gracias a nuestras redes sociales. Lo viral ha logrado que la mirada de muchos esté sobre nuestras necesidades, pensamientos y acciones día a día. Se ha vuelto una fascinación revelar lo más profundo del ser humano, la creación de los espacios íntimos se ha vuelto social, no existen límites para acceder a la vida privada de quien está conectado; ese es el principal atractivo de las redes sociales, el poder acceder al otro con su permiso
y autorización.
La llamada interacción a través de los chats, muros, juegos o contactos virtuales ha logrado que estemos al descubierto; las relaciones interpersonales están dejando de ser significativas por acumular contactos de forma masiva; el pensamiento creativo es una guerra entre la razón y los impulsos de las publicaciones; la crítica y la autocrítica se han vuelto señuelos de guerra, morbo y diversión. La instauración de las redes sociales no preguntó a los usuarios cómo debemos aprender de ellas, para hacer, convivir y ser en el mundo de la conectividad. Estamos tan enganchados a los «me gusta» que no hemos descubierto los «me disgusta».
CEDIENDO DERECHOS
Al navegar damos permisos de nuestra privacidad sin reflexionar cómo las redes sociales y los portales almacenan información que es vulnerable. Los datos personales, así como el resto de la información que compartimos, está al alcance de millones de usuarios. Publicar es una nueva fantasía, un espejismo que nos hace creer que existimos, hacemos pública nuestra vida para saber que otros saben de nuestra existencia. Las redes sociales son la vitrina pública de las emociones y la expresión de los sentimientos. Aún no se puede interpretar el término privacidad en medios de usuarios que ceden sus derechos de publicación. Las conversaciones privadas en algún momento se hacen públicas y las expectativas sobre los contactos que nos siguen han violentado la dignidad del ser humano cuando se habla de vida privada.
¿EXISTE LO ÍNTIMO?
La intimidad no existe en las redes sociales. Las nuevas realidades indican una exposición continua de lo que somos o aparentamos ser. Las selfies representan el 30% de las fotos tomadas entre los usuarios de 18 y 24 años de edad. «Curiosidad» es la palabra que más utilizamos para indagar en los perfiles de las personas conectadas; la pantalla es una ventana que ha desnudado la vida de quien está conectado.
La posibilidad de refugiarnos en lo íntimo se desploma cuando la moda de publicar lo que hacemos es la tendencia de una nueva forma de existencia. El mundo exterior observa nuestro interior, bajo la novedad de comunicarnos.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 15 de julio de 2018 No.1201
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