Homilía en la Misa de la Peregrinación de la Arquidiócesis a la Basílica

“María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea” (Lc. 1,39)

Hoy hemos venido aquí a postrarnos para orar, para suplicar, como Iglesia particular de México, abriendo este año 2019 como la primera peregrinación diocesana, a la que le seguirán las 92 diócesis restantes de nuestro país. Venimos, pues, como expresión de nuestra Iglesia Primada de México. Por ello es importante recordar que, como Iglesia, tenemos un compromiso con María de Guadalupe: seguir el testimonio de su vida.

Desde los primeros siglos, atendiendo a la escena en que Jesús moría en la Cruz y dejaba a su madre al cuidado del apóstol san Juan, y a su vez, en el apóstol, a todos los discípulos de su Hijo Jesús, María recibía la encomienda que cumple cabalmente el día de Pentecostés, donde se completa el nacimiento de la Iglesia: la llegada del Espíritu Santo. Estaban los 12 apóstoles, y ella a la cabeza, orando juntos.

Por eso a María, desde los primeros siglos y hasta el día de hoy, la vemos y contemplamos como el modelo de Iglesia. Por ello, en el Concilio Vaticano II, el Papa Paulo VI, hoy santo, la proclamó como María, madre de la Iglesia.

En estos tiempos de su pontificado, el Papa Francisco ha señalado algunas expresiones para poder adecuar la misión de la Iglesia a los tiempos que vivimos, entre ellas, hoy podemos verificar tres expresiones que el Papa pide trabajar para que toda Iglesia particular, como la nuestra, sea una Iglesia en salida, una Iglesia sinodal y una Iglesia misionera.

¿Dónde podemos verificar que estos elementos se daban ya en la misma vida de María? Los encontramos precisamente en la escena que acabamos de escuchar del Evangelio: María vivía en Nazaret, y va, se pone en salida, presurosa, para ir a los pueblos de la montaña de Judea, para visitar a Isabel (Lc. 1, 39). Esta expresión de salida de María es muy significativa, sobre todo la podemos constatar cuando es Isabel la que, sorprendida, le dice: “Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?” (Lc. 1, 43).

Es decir, María, que es el modelo de Iglesia, sale. No está esperando que la visite Isabel, sino que va, se encamina presurosa para ir a visitarla. Sabe que está también esperando un hijo, y quiere ayudarla, confortarla, y compartir su propia experiencia. Esta es, pues, la primera expresión.

Estábamos acostumbrados, porque veníamos de una cultura de cristiandad, a que los feligreses acudían al templo para escuchar la Misa dominical, para la catequesis, para las diferentes actividades. Pero estamos en un momento de fractura cultural donde esa expresión de una conducta social cristiana, se ha roto.

Por eso el Papa Francisco pide que hoy debemos ser como la Iglesia primitiva, que salió, que no se quedó esperando. María pone el primer testimonio, que lo siguen los apóstoles. Todos salieron de Jerusalén, incluido Pedro, la cabeza, para ir a evangelizar Roma. Así, pues, verificamos esta primera expresión.

La segunda expresión es una Iglesia sinodal. ¿Qué significa una Iglesia sinodal? Por el término “sinodal” entendemos: caminar juntos, que haya comunión entre nosotros. Que no se dispare cada uno por su cuenta, haciendo lo que cree conveniente, sino que lo pongamos en común, discerniendo qué es lo que debemos de hacer.

Fíjense bien en la escena del Evangelio: María entra a la casa de su prima Isabel, y en cuanto ésta oye el saludo de María, queda llena del Espíritu Santo, y levantando la voz exclama: ‘Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre’. (Lc. 1, 40-41)) ¿Y qué hace María? Dice: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador.

¿Qué es lo que hacen esta dos mujeres? Compartir la experiencia de su vida, el momento en el que se encuentran. Isabel reconoce a María como bendita, bienaventurada, porque será la madre del mesías. María, a su vez, da gracias a Dios por esta significativa elección que ha hecho de su persona. La Iglesia sinodal es poner nuestras vidas en común. Es una escucha recíproca de aquello de lo que el Señor está haciendo en nosotros. Por eso es importante que cada discípulo de Cristo, auxiliado en su propia comunidad eclesial, pueda descubrir las mociones, los movimientos, las inquietudes que el Espíritu de Dios siembra en su corazón.

Por eso es tan importante la formación de pequeñas comunidades en las parroquias, donde se comparta la luz de la Palabra de Dios, la experiencia de vida de cada uno de los que forman esa pequeña comunidad. Para propiciar un encuentro como el de María e Isabel: Escucha recíproca, puesta en común, y de ahí, el discernimiento de qué es lo que Dios quiere decirnos. ¿Qué quiere Él de nosotros? Y estas expresiones de la puesta en común y de la escucha recíproca, presentarlas a quien sirve para la comunión de la Iglesia, al ministerio sacerdotal. Expresarlas al párroco, al sacerdote de una rectoría, a quienes llevan a cabo una tarea de responsabilidad de acción pastoral en la Diócesis.

Esta tarea la facilita una Iglesia sinodal, porque de esa manera entramos en una acción coordinada por el Espíritu Santo y conducida por el ministerio jerárquico que tenemos los sacerdotes y los obispos para tomar las decisiones que involucran a todos. Esta es nuestra gran responsabilidad al conducir una Iglesia particular.

De esta forma, quedamos preparados para salir a misión, que es la tercera expresión que descubrimos en la escena del Evangelio que hemos escuchado. Transmitir como María, cuál es nuestra experiencia al haber actuado en nombre de Dios y de haber obedecido su Palabra. María, sabiendo lo que ha sucedido en su vientre, en su seno, dice: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava” (Lc. 1, 46-48). Es el testimonio de María sobre lo que ha hecho Dios en ella.

Eso es lo que tenemos que aprender: salir a misión no es simplemente repetir un estribillo de la Escritura Sagrada aprendido de memoria. Salir a misión es dar testimonio de lo que Dios ha hecho en nosotros, es compartir con los distantes, los alejados, las maravillas que Dios hace cuando nos ponemos en sus manos; es ir a visitar al enfermo en los hospitales, o a los adultos que están ya postrados en su casa porque son mayores y necesitan permanecer en su hogar, sin necesariamente estar enfermos; a ellos hay que irlos a visitar. Es ir a los lugares donde hay dolor, donde hay sufrimiento, donde sabemos que algo pasó, donde un drama humano se ha tejido, para dar ahí testimonio del consuelo.

Es así como nosotros podemos seguir el ejemplo de María. Y es así como podremos cumplir la misión de la Iglesia, y expresar como Iglesia lo que decía el libro de la Sabiduría: “Yo soy la madre del verdadero amor… el que coma de mí tendrá siempre hambre de mí; el que beba de mí, tendrá siempre sed” (Sir. 24,23-31). Qué hermosa forma de decir que, una vez que conocemos esta experiencia de salida, sinodal y misionera, nosotros no podremos dejar de hacerlo, porque eso nos va a alimentar, eso va a satisfacer nuestra sed de que este mundo viva conforme a los valores del Reino de Dios. Porque sabemos que es imprescindible, para que Dios intervenga en el mundo, nuestra respuesta de amor, nuestra respuesta de Iglesia, de este testimonio que debemos dar.

Por eso María de Guadalupe se presentó entre nosotros. Por eso el Papa Pío XII dijo de esta experiencia Guadalupana: “No ha hecho nada igual con ninguna otra nación”. Quiere decir que México está llamado a ser testimonio en el mundo, que nuestra mirada no se puede quedar en nuestro barrio, en nuestra colonia, en nuestra parroquia. México está llamado, para eso vino María de Guadalupe, a dar testimonio del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho carne en medio de nosotros, de mostrar una Iglesia, que es prolongadora de los misterios de la Encarnación y de la Redención. Redimir el mundo, redimir nuestra Patria, sólo es una tarea que es posible con la acción y la fuerza del Espíritu Santo.

Tengamos fe, tengamos esperanza, y pongámonos en camino. Pidámoslo a María de Guadalupe para que expresemos nuestra correspondencia a la llamada que nos ha hecho Dios nuestro Padre al enviarnos a María, bajo el nombre de Guadalupe, a vivir con nosotros. Pidámoslo así en un breve momento de silencio.

+ Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

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