Redacción ArquiMedios
La vida es un suspiro y 40 años son nada. Hace cuatro décadas, el Papa Juan Pablo II -recientemente electo- vino a México para inaugurar y presidir los trabajos de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, que sesionó en Puebla.
El lunes 30 de enero de 1979 estuvo gran parte del día en Guadalajara, donde vivió una apretada pero significativa agenda que aún hoy tiene sonoros ecos.
Frente a miles de fieles congregados en el Estadio Jalisco, brindó un mensaje a los obreros de México: “Tienen derechos que defender y también deberes que cumplir. Me duele la insuficiencia del trabajo; me duele la injusticia; me duelen los conflictos; me duelen las ideologías de odio y violencia que tantas heridas causan en la humanidad”. Antes, estuvo en el templo de Santa Cecilia, que fue su primera parada luego de arribar a la Perla Tapatía, apenas unas horas después de pisar suelo mexicano por primera ocasión.
Posteriormente una invitación y reto que siguen vigentes: “Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, que quiere corazones valientes y decididos; vale la pena consagrarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad; vale la pena hacer una opción por un ideal que os procurará grandes alegrías, aunque os exija también no pocos sacrificios. El Señor no abandona a los suyos.
“Vale la pena vivir por el Reino ese precioso valor del cristianismo: el celibato sacerdotal, patrimonio plurisecular de la Iglesia; vivirlo responsablemente aunque os exija no pocos sacrificios. ¡Cultivad la devoción a María, la Madre Virgen del Hijo de Dios, para que os ayude y aliente a realizarlo plenamente!”… aún retumba en los del Seminario Mayor de Guadalajara.
Antes de partir, la visita era obligada, Zapopan con su Reina la esperaban.
“Nuestra visita al santuario de Zapopan, la mía hoy, la vuestra tantas veces, significa por el hecho mismo la voluntad y el esfuerzo de acercarse a Dios y de dejarse inundar por Él, mediante la intercesión, el auxilio y el modelo de María”.
Poco más de doce horas estuvo San Juan Pablo II en esta tierra, corazón y alma de México, pocas pero suficientes para fundar una estrecha relación que, sin duda, ha trascendido los límites de tiempo.
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