“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta del Bautismo del Señor es una ocasión propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de nuestro Bautismo, esforzándonos por vivir cotidianamente en coherencia con esto. Es muy importante también, como les he dicho varias veces, conocer la fecha de nuestro Bautismo. Yo podría preguntarles: ‘¿Quién de ustedes conoce la fecha de su Bautismo?’”, cuestionó el Santo Padre.
“No todos, seguramente. Si alguno de ustedes no la conoce, al volver a casa, pregúntele a sus padres, a los abuelos, a los tíos, a los padrinos, a los amigos de la familia. Pregunte: ‘¿En qué fecha fui bautizado, fui bautizada?’ Y luego no olvidarla: que sea una fecha custodiada en el corazón para festejarla cada año”.
El Pontífice dijo luego que en el Bautismo “están las raíces de nuestra vida en Dios, las raíces de nuestra vida eterna que Jesús nos ha dado con su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección. En el Bautismo están las raíces. Y no nos olvidemos nunca de la fecha de nuestro Bautismo”.
Sobre la fiesta del Bautismo del Señor, el Santo Padre explicó que también constituye una epifanía, una manifestación especial de Dios, en la que destacan dos elementos: Jesús asume la humanidad como cualquier otro hombre y por el bautismo se une al Padre en la oración.
“Antes de sumergirse en el agua, Jesús se ‘sumerge’ en la multitud, se une a ella asumiendo plenamente la condición humana, compartiendo todo, excepto el pecado. En su santidad divina, llena de gracia y misericordia, el Hijo de Dios se ha hecho carne para tomar sobre sí el pecado del mundo: toma nuestras miserias y nuestra condición humana”.
Al recibir el Bautismo, el Señor “comparte también el deseo profundo de renovación interior. Y el Espíritu Santo que desciende sobre Él en forma corpórea, como una paloma, es el signo con el que Jesús comienza un mundo nuevo, una ‘nueva creación’, de la cual hacen parte todos los que acogen a Cristo en su vida”.
“El amor del Padre, que hemos recibido todos nosotros en el día de nuestro Bautismo, es una llama que fue encendida en nuestro corazón y exige ser alimentada mediante la oración y la caridad”, continuó el Papa.
Sobre el segundo aspecto, el Pontífice destacó que tras la inmersión en el agua, Jesús “se sumerge en la oración, es decir en la comunión con el Padre”, con lo que inicia su misión de anunciar el amor de Dios por los hombres.
“También la misión de la Iglesia es la de cada uno de nosotros, para ser fiel y fructífera, está llamada a ‘insertarse’ en la de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración la evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio cristiano no según nuestros proyectos humanos, sino según el plan y el estilo de Dios”, resaltó Francisco.
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