Trump ha amenazado con declarar el estado de emergencia nacional. Me gustaría decir alguna cosa sobre este asunto. Siempre he estado a favor de la racionalización de la emigración. Nadie merece tener que entrar de un modo furtivo en un país. Generosidad en la política de entrada de personas, pero lucha contra la inmigración ilegal. No me parece mal que se construya un muro si eso sirve para luchar contra el movimiento ilegal de personas.
Pero, en ese sistema constitucional, el de Estados Unidos, el Presidente ha sido escogido para gobernar; pero para gobernar de acuerdo a la Ley. No para gobernar de forma irrestricta, sino de acuerdo a las provisiones de la Constitución.
Cuando el Presidente se encuentra con la oposición del Congreso, debe entender que el Congreso representa al Pueblo. La oposición del Congreso no es un obstáculo sin más, sino que son las limitaciones de la soberanía del Pueblo.
Trump: “He sido elegido para gobernar”.
Juristas: “Pero para gobernar de acuerdo a las condiciones que marca la Constitución”.
Algún asesor le habrá preguntado a Trump si había pensado en la posibilidad de declarar un estado de emergencia nacional.
Asesor: Declare el estado de emergencia nacional.
Juristas: Pero resulta evidente que la presente no es una situación de emergencia. Es un asunto que al que, con toda calma, sin ninguna urgencia, los representantes del Pueblo le han dicho: “No”.
Si cada vez que el Congreso le niega algo a un presidente, este declara el estado de emergencia nacional, se estaría traicionando el espíritu para el que se aprobó esa ley. Lo estados de emergencia nacional se idearon para actuar con rapidez ante verdaderas situaciones urgentes, no para saltarse el control del Congreso.
Estos asuntos podrían parecer que son meramente políticos, pero tienen una raíz moral clara: el Poder debe ser limitado por las instituciones.
El Poder siempre alegará situaciones de excepción, siempre, para saltarse las cláusulas de la Ley. Desde la teología moral, sin meterme en política, (y más cuando he dicho lo que pienso sobre la inmigración ilegal), digo bien claro a todos los presidentes de las democracias que deben someterse a la Ley. Insisto, no me salgo de mi labor como sacerdote al hacer este comentario. De saltarse estas barreras, nacen infinidad de males para las sociedades y, ojo, siempre con el apoyo del Pueblo.
El presidente, cualquier presidente, de cualquier democracia, está tan sometido a la Ley como cualquier ciudadano, ni más ni menos.
Hoy por hoy, la república estadounidense está sana y tiene defensas para resistir a cualquier Sila, a cualquier Julio César. No hay ningún peligro. Pero la vigilancia debe ser constante. La democracia no se conquista para siempre, solo se mantiene.
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