Jesús, ¿Quién eres tú?

Juan López Vergara

Nuestra madre Iglesia ofreció el domingo pasado una parábola del Señor, que revela la misericordia incondicional de Dios (Lc 15, 11-32). Hoy, para este Quinto Domingo de Cuaresma, nos presenta un texto que nos acerca al misterio de Jesús, al manifestar su preciosísimo corazón, como un reflejo vivo del corazón del Padre (Jn 8, 1-11).

La pregunta es la piedad del pensamiento

Se trata de la narración de una mujer atrapada en flagrante adulterio. Los exégetas la denominan perícopa “errática”, por encontrase en el Evangelio según Juan, cuando todo indica que procede de la tradición sinóptica. Nótese que los dos primeros versos encajarían muy bien en el relato lucano, donde leemos que Jesús: “Durante el día enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir hacia él y escucharle en el Templo” (Lc 21, 37-38). ¿Por qué habrá sido conservada e insertada en el cuarto Evangelio; será que la comunidad joánica la conservó con sublime respeto, dado que ostenta aspectos cristológicos de la mayor profundidad? Querido lector o lectora, no debemos olvidar nunca que la pregunta es la piedad del pensamiento.

¡Jesús tiene un corazón que no le cabe en el pecho!

Todo comenzó cuando un grupo de teólogos y fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y con desprecio la colocaron frente a Jesús (véase v. 3). Aquellos conocedores de la Ley afirmaron que Moisés prescribió que en dichos casos la adúltera debía ser lapidada (véanse vv. 4-5a); no obstante, cuestionaron a Jesús: “¿Tú qué dices?” (v. 5b). El evangelista aclara que con esta pregunta pretendían ponerle una trampa (véase v. 6a).

En medio del inmisericorde espectáculo, Jesús, se inclinó y empezó a hacer trazos en el suelo (véase v. 6b). Pero ante la insistencia de los acusadores, se vio precisado a enfrentarlos: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (v. 7). Se fueron de uno en uno empezando por los mayores hasta quedar sólo Jesús y la mujer (véanse vv. 8-9). Jesús, el hombre venido de Dios, probado en todo como nosotros, excepto en el pecado (véase Hb 4, 15), reaccionó con generosa compasión, revelando que tiene ¡un corazón que no le cabe en el pecho!

Jesús le corrige la plana a Moisés

El Señor, entonces, con delicado respeto le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” (v. 10). Ella, desde lo más hondo de su agradecido corazón, reconociendo la amable misericordia de Jesús, le contestó: “Nadie, Señor” (v. 11a). Todo terminó con unas alentadoras palabras de Jesús: “Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar” (v. 11b). Este breve texto nos conduce a cuestionarnos ante el divino misterio de Jesús, quien hasta se atreve a corregirle la plana al propio Moisés.

Amigo lector o lectora, si Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre (compárese Hb 13, 8), insistiendo en que la pregunta es la piedad del pensamiento, te invito a preguntarle a quien tiene un corazón que no le cabe en el pecho, y hasta se atreve a corregirle la plana a Moisés: Jesús, ¿quién eres tú?

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