El Sínodo de la Amazonia: reflexiones antes de que empiece


Según unos ese sínodo va a ser, poco menos, que el fin del mundo, y su instrumentum laboris la prueba de toda la iniquidad de los eclesiásticos progresistas. Algunos ultratradicionales tendrán dudas acerca de si la tierra no se abrirá bajo los pies de esa misma asamblea para devorar a los fautores. Ja, ja, ja.
Un sínodo está para hablar, para escuchar. Precisamente ahora, en este momento de la Iglesia, necesitamos consensos. Necesitamos meditar de rodillas los dogmas y, después, escuchar al hermano. Lo que no necesitamos es autoproclamados atanasios, sino la bondad del gran Roncalli. Qué duda cabe que, hablemos de la Amazonia o de los indios de Canadá o de los indios de la India o de los indios afincados en París, hay dos posturas teológicas. Pues, precisamente por eso, ahora es necesario dialogar y orar juntos y escuchar; y no ir a un sínodo a dar puñetazos; o si no me han invitado al sínodo dar patadas a los muebles en casa.
Tantos artículos en tantas webs se han escrito después de dar tantas patadas a los muebles. Para empezar, si todas las sugerencias del instrumentum se aprueban seguirá amaneciendo por la mañana y la luna poniéndose al final de la noche. Eso incluso aunque se aprobara la existencia de presbíteros casados. Aunque ese tema voy a tocarlo con más detención.
El Sínodo de la Amazonia lo que torna a plantear con fuerza a la Iglesia entera es la cuestión acerca de ¿cuál es el modo ideal de organizar un sínodo? Un sínodo, como un concilio, debería ser una reunión de todos para lograr un consenso a través del diálogo, la confrontación fraternal de opiniones, en un ambiente de escucha de Dios, con una mentalidad de devota lectura de los Santos Padres, de los concilios y de la Tradición. Y, hablando de la Tradición, partamos del hecho de que en este sínodo nadie es un traidor: nos reunimos para ver qué tiene que decir el hermano.
Pero, a pesar de esta buena voluntad, la Santa Sede debería reflexionar sobre el hecho de que, desde hace años, existe un genuino y fortísimo clamor acerca del modo organizativo de esas reuniones. Es verdad y no es una crítica destructiva que, desde la época de Juan Pablo II, el bacalao ya llega cortado y vendido desde aquellos que dirigen cada instrumentum laboris. A lo más que pueden aspirar los participantes, posteriormente, es a detener, matizar o completar tal o cual punto. En teoría todo es posible, también la enmienda a la totalidad, ¿pero por qué nunca ocurre en la práctica?
Algún monseñor me dirá que si llega todo el mundo a Roma y se pone a hablar y a votar, se gestarán conclusiones caóticas y revolucionarias. Por su parte, algún laico revolucionario me dirá que qué sentido tiene hacer el viaje hasta Roma para someterse al “acta del día”. En teoría, el sistema actual sería un lugar a medio camino entre la indeterminación y el dirigismo.
Como queda muy mal afirmar que la masa de laicos y clero va a ser revolucionaria si se le da libertad, y como también queda mal afirmar que un sínodo debe teledirigirse con un mando a distancia, se dice que solo se ofrece una orientación, un instrumento, etc. Es una cuestión de palabras, pero lo importante es la realidad detrás de las palabras, usemos los términos que usemos. Y hoy día, qué duda cabe, hay mucho más que una orientación. Más que una orientación es un canal férreo. Dadme el instrumentum laboris y con una mano moveré el sínodo.
Las cosas están tan dirigidas y los participantes son tantos que no se produce un genuino diálogo. Y, precisamente, eso es el corazón de un sínodo.
Un sínodo es como un concilio en pequeño. No estaría de más reflexionar acerca de la teología de la sinodalidad. Y un concilio no es un campo de batalla, no es el escenario para representar la victoria de mis ideas. Pero tampoco es el medio para dar mi doctrina, aunque uno sea el papa. No puedo reducir un concilio a un medio, no puedo usarlo como instrumento. A un sínodo todos van a escuchar, incluso el obispo de Roma. Si no se va a un sínodo a escuchar, es mejor no convocarlo.
Gracias a Dios, ha sido un regalo que me ha concedido, me ha tocado hacer varios viajes a Brasil. También he pasado alguna temporada predicando en diócesis selváticas de Colombia o de México justo en la frontera con Guatemala. La realidad de esos pueblos y de ese clero es distinta de lo que alguien pueda pensar en un despacho de Holanda o de Canadá. Pero el asunto no se reduce a escoger a gente del lugar. Si yo escojo a veinte teólogos brasileños y a otros veinte obispos brasileños, mi instrumentum y el sínodo subsiguiente serán muy distintos a si otro escoge a sus teólogos y sus obispos.
La primera gran cuestión es si ese instrumentum laboris refleja sus verdaderos intereses y preocupaciones, si refleja la variedad de opciones teológicas que moran allí. Ahora el bacalao ya está cortado; pero, cuando acabe el sínodo, ¿el resultado será realmente la voz de la Amazonia? Incluso nos podemos preguntar si tiene una voz. Tal vez el sínodo tenga que dejar constancia de una cierta pluralidad.
Por favor, nadie piense que estoy en desacuerdo con el contenido del instrumentum. Podríamos analizar punto a punto. Yo no tengo especiales problemas con ningún punto. Si bien reconozco que me ha faltado entusiasmo para leerlo íntegramente.
¿Y la ecología? Sí, la ecología también puede tener su sitio en ese sínodo. Además, creo que es importantísimo que la Iglesia defienda los valores que hay en el documento. Defender ese último jardín del Edén (a little overgrown, como apostilló el cardenal de La Misión), defender a sus moradores, ¡me parece óptimo! Pero la gran cuestión no es el contenido del instrumentum, sino el método para organizar los sínodos.
Que la Iglesia haga lo que pueda para preservar la parte de la Tierra que permanece como en los tiempos del Génesis no es desviarse de la misión evangélica. Y preservar ese jardín edénico implica cuidar de esos pueblos nativos. 

Pero es cierto que algunas sugerencias como las de las medicinas y la educación suenan en el instrumentum un poquito… cándidas. Como la mención de los curanderos de pueblo, los hay buenos (los que curan con hierbas) y los hay… no tan buenos. En algunos puntos, el texto final no deja de tener ciertos puntos de ingenuidad que nos ha hecho sonreír.
Post Data: Dos cosas. Mañana hablaré sobre el celibato. Se puede decir Amazonia o Amazonía. La más extendida es la palabra llana, es decir, no lleva tilde. No solo es la más extendida, sino que como Amazonas es llana, lo lógico es que el adjetivo sea una palabra llana. Pero sí, es más fácil solventar el tema del acento que el del celibato.

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