Santa Sede-China: la puerta está abierta

de Alessandro Gisotti

"Se ha abierto una puerta que difícilmente se puede volver cerrar". Con esta imagen eficaz el Arzobispo Claudio Maria Celli resumió el valor del Acuerdo provisorio firmado en Pekín entre la Santa Sede y la República Popular China, un año después del histórico acontecimiento del 22 de septiembre de 2018. La ocasión de hacer un balance del primer año desde la firma del Acuerdo fue ofrecida por la presentación que tuvo lugar ayer en Roma del volumen "El Acuerdo entre la Santa Sede y China. Los chinos católicos entre pasado y futuro", por Agostino Giovagnoli y Elisa Giunipero, con prefacio del cardenal Pietro Parolin, publicado por la Urbaniana University Press. En la conferencia, moderada por el Presidente de la Comunidad de San Egidio, Marco Impagliazzo, intervinieron - además de Monseñor Celli - Romano Prodi, Andrea Riccardi y el Padre Federico Lombardi.

Particularmente significativa, en una abarrotada sala Benedicto XIII, fue la presencia del jefe de la oficina política y del primer secretario de la Embajada de la República Popular China en Roma. Signo visible de ese cambio de clima, en nombre de la confianza y el respeto, que fue evocada por todos los oradores que se sucedieron en la presentación del libro. Testigo y protagonista desde los años ’80 del siglo pasado, bajo San Juan Pablo II, del proceso de acercamiento entre la Ciudad Eterna y el "Reino del Medio", el Arzobispo Celli subrayó que es correcto definir el Acuerdo como "histórico" - aunque provisorio y limitado a la cuestión de los nombramientos episcopales - porque gracias a él, por primera vez en 70 años, todos los obispos chinos están ahora en comunión con el Sucesor de Pedro y con sus otros hermanos en el Episcopado. Por lo tanto, subrayó que este Acuerdo es el resultado del "diálogo operativo" apoyado y alentado por el Papa. Un compromiso que está en profunda sintonía con la especial atención a China y a los católicos chinos mostrada por los Papas durante el siglo XX y especialmente por los dos últimos predecesores de Francisco. El ex subsecretario para las Relaciones con los Estados destacó así la importancia de las Orientaciones pastorales de la Santa Sede sobre el registro civil del clero en China, publicadas el pasado 28 de junio. Un documento, observó Monseñor Celli, en el que se percibe que el amor al propio país y la exigencia, igualmente sentida, de ser auténticamente católicos, no son contradictorios.

Por su parte, Romano Prodi destacó las consecuencias sociales y geopolíticas de esta decisión para China, que ha experimentado cambios frenéticos en los últimos 30 años. Para el ex Presidente de la Comisión Europea, la firma del Acuerdo fue posible en este momento histórico también porque con el Pontificado del Papa Francisco, las autoridades chinas percibieron a la Iglesia Católica como cada vez más universal y menos occidental. Esta condición favorece una convergencia entre Roma y Pekín en terrenos hasta ahora inexplorados. Sobre el significado multilateral y no solo sino-vaticano del Acuerdo se detuvo Andrea Riccardi señalando que este entendimiento representa, también simbólicamente, la conclusión de una fractura que se había abierto en la segunda mitad del siglo XXI, para luego extenderse hasta la actualidad. Para el fundador de la Comunidad de San Egidio, la capacidad de la Santa Sede y de China para resolver un conflicto que duró 70 años es signo de "inteligencia y flexibilidad". Talentos, se recordó, que pertenecieron a dos grandes figuras de la diplomacia vaticana, que nos han dejado recientemente: los cardenales Achille Silvestrini y Roger Etchegaray.

Riccardi concluyó su discurso observando que ahora "el catolicismo chino debe ser repensado", debe encontrar un nuevo espacio para el futuro. Última intervención fue la del Padre Federico Lombardi quien recordó que el camino que llevó a la firma del Acuerdo también está marcado por muchas historias de sufrimiento. Para el ex director de la Oficina de Prensa, no se debe considerar que este acuerdo histórico sea mérito exclusivo de los líderes chinos y vaticanos. El acuerdo, evidenció el jesuita, nace de la fidelidad de los católicos chinos y sus obispos a lo largo de décadas difíciles y dolorosas. Si ellos no hubieran estado ligados espiritualmente de manera tan extraordinaria al Papa, señaló, los gobernantes no se habrían dado cuenta de la solidez de esta comunión y no se habrían creado las condiciones para llegar a la firma del Acuerdo.

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