En un balneario


Acabo de volver de Archena, tierra templada y luminosa. Me invitó a dar una conferencia una hermandad que venera a Nuestro Señor bajo una peculiar advocación: Cristo en su descenso a los infiernos.
Esta advocación me parece interesantísima para una hermandad. Poca gente da importancia a este artículo de la fe, Cristo anunció la salvación a todas las almas del purgatorio. Debió ser un momento épico. Solo en el cielo veremos cómo debió ser.
Los amables miembros de esta hermandad hicieron de mi estancia en esa ciudad un tiempo agradabilísimo. Según mi madre, Archena tiene el balneario más bonito de España. Además, el balneario cuenta con iglesia y capellán. Distintos sacerdotes jubilados se turnan todo el año para tener atendida esa iglesia que es, además, el santuario de la localidad.
El balneario es precioso. Pero he comprobado que no soy persona proclive al agua. Dentro de ella, me aburro. La piscina termal, al aire libre, era muy bonita. Pero, pasado un cuarto de hora, me preguntaba qué hacía allí a remojo. Pasear por la montaña, por un valle, por un bosque exuberante, eso sí que es un placer para mí.
El otro placer es el de las catedrales y recorrer la de Murcia fue un deleite. La recorrí por fuera (todo su perímetro, palmo a palmo) y por dentro. El amabilísimo organista nos subió (al sacerdote que me acompañaba y a mí) hasta el alto lugar del teclado y nos tocó a Bach. Una composición preciosa.
El coro de los canónigos quizá fue lo que más me gustó del interior del templo. La ciudad de Murcia me pareció engalanada con edificios decimonónicos tan nobles, me parecieron sus calles tan llenas de vida.

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