Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
Mensaje de Francisco sobre las armas nucleares ante el hipocentro de la explosión de la bomba atómica en el parque de la paz. El Papa se dirige a los gobernantes del mundo: “un mundo sin armas nucleares es posible y necesario”. Es con estas palabras con las que el Papa dedica a los presentes en el hipocentro de la explosión de la bomba atómica que cayó sobre Nagasaki el 9 de Agosto, de 1945, donde se encuentra en el interior el Parque de la Paz. Lo recuerda una estrella en mármol negro con los nombres de las víctimas.
Un parque que ha sido preparado en el 1955 para hacer memoria del trágico evento: recuerda los horrores de la guerra, pero al mismo tiempo intenta difundir una esperanza de paz. En efecto, como dijo Francisco, este lugar nos hace más conscientes del dolor y del horror que los seres humanos somos capaces de infringirnos.
“Con el convencimiento de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo. Es necesario considerar el impacto catastrófico de un uso desde el punto de vista humanitario y ambiental, renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por doctrinas nucleares”.
El estado actual de nuestro planeta reclama, por su parte, dijo, una reflexión seria sobre cómo todos esos recursos podrían ser utilizados, con referencia a la compleja y difícil implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y alcanzar así objetivos como el desarrollo humano integral. “Así lo sugirió ya, en 1964, el Papa san Pablo VI, cuando propuso ayudar a los más desheredados a través de un Fondo Mundial, alimentado con una parte de los gastos militares”.
Crear herramientas que aseguren confianza y desarrollo mutuo
El Papa dijo que es crucial crear herramientas que aseguren la confianza y el desarrollo mutuo, y contar con líderes que estén a la altura de las circunstancias. Tarea que nos involucra y reclama a todos.
“Nadie puede ser indiferente ante el dolor sufriente de millones de hombres y mujeres que hoy siguen golpeando a nuestras conciencias; nadie puede ser sordo ante el grito del hermano que desde su herida llama; nadie puede ser ciego ante las ruinas de una cultura incapaz de dialogar”.
Uno de los anhelos más profundos del corazón humano es el deseo de paz y estabilidad. La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada a este deseo; es más, afirmó, parecen continuamente ponerlo a prueba. “La cruz bombardeada y la estatua de Nuestra Señora, recientemente descubiertas en la Catedral de Nagasaki, nos recuerdan una vez más el indescriptible horror sufrido en su propia carne por las víctimas y sus familias”.
Ante un mundo que “vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza”, el Papa dijo que con esta manera de vivir se termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo.
La paz y la estabilidad son incompatibles si se fundan en el miedo
“La paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total, el Papa dijo que sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana.
Y Francisco afirma que en Nagasaki, la ciudad que es testigo de las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales de un ataque nuclear, serán siempre pocos todos los intentos de alzar nuestra voz contra la carrera armamentista.
Esta carrera desperdicia recursos valiosos que podrían, en cambio, utilizarse en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para la protección del ambiente natural. En el mundo de hoy, señaló el Papa, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo.
La aspiración de la humanidad es vivir en un mundo en paz, libre de armas nucleares, y convertir este ideal en realidad requiere la participación de todos. Nuestra respuesta a la amenaza de las armas nucleares debe ser colectiva y concertada, dijo el Pontífice, basada en la construcción ardua pero constante de una confianza mutua que rompa la dinámica de desconfianza actualmente prevaleciente.
Tras recordar la Encíclica Pacem in terris, de San Juan XXIII, en donde solicitaba la prohibición de las armas atómicas: «una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca», Francisco dijo que es necesario romper la dinámica de desconfianza que prevale actualmente, y que hace correr el riesgo de conducir al desmantelamiento de la arquitectura internacional de control de las armas.
Oremos por la paz y la conversión de las conciencias
La Iglesia Católica, está irrevocablemente comprometida con la decisión de promover la paz entre los pueblos y las naciones. Es un deber al que se siente obligada ante Dios y ante todos los hombres y mujeres de esta tierra. Señaló, por último, que nunca podemos cansarnos de trabajar e insistir con celeridad en apoyo a los principales instrumentos jurídicos internacionales de desarme y no proliferación nuclear, incluido el Tratado sobre la prohibición de armas nucleares.
“En julio pasado, los obispos de Japón lanzaron un llamado para la abolición de las armas nucleares, y cada agosto la Iglesia nipona celebra un encuentro de oración de diez días por la paz. Que la oración, la búsqueda infatigable en la promoción de acuerdos, la insistencia en el diálogo, sean las “armas” en las que pongamos nuestra confianza y también la fuente de inspiración de los esfuerzos para construir un mundo de justicia y solidaridad que brinde garantías reales para la paz”.
Pidió unirse en oraciones cada día por la conversión de las conciencias y por el triunfo de una cultura de la vida, de la reconciliación y de la fraternidad. Una fraternidad que sepa reconocer y garantizar las diferencias en la búsqueda de un destino común. Y lo hizo rezando la oración por la paz de San Francisco de Asís. “
En este lugar de memoria, que nos sobrecoge y no puede dejarnos indiferentes, es aún más significativo confiar en Dios, para que nos enseñe a ser instrumentos efectivos de paz y a trabajar también para no cometer los mismos errores del pasado”.
Publicar un comentario