A continuación el texto completo del discurso:
Queridos miembros del Consejo Ecuménico de las Iglesias en la República Eslovaca:
Los saludo cordialmente y les agradezco por haber aceptado la invitación y por haber venido a mi encuentro. Yo, peregrino en Eslovaquia, ustedes, distinguidos huéspedes en la Nunciatura. Estoy contento de que el primer encuentro sea con ustedes: es un signo de que la fe cristiana es —y quiere ser en este país—semilla de unidad y levadura de fraternidad. Gracias Beatitud, Hermano Rastislav, por su presencia; gracias, querido Obispo Ivan, Presidente del Consejo Ecuménico, por las palabras que me ha dirigido y que testimonian el esfuerzo de querer seguir caminando juntos para pasar del conflicto a la comunión.
El camino de sus comunidades ha vuelto a comenzar después de los años de la persecución ateísta, cuando no había libertad religiosa, o esta era duramente probada. Después, finalmente, llegó. Y ahora los une un tramo de camino en el que experimentan lo hermoso, aunque al mismo tiempo difícil, que es vivir la fe como personas libres. Existe en efecto la tentación de volver a ser esclavos, no ciertamente de un régimen, sino de una esclavitud todavía peor, esclavitud interior.
Es esto lo que advertía Dostoyevski en un relato célebre, la Leyenda del Gran Inquisidor. Jesús vuelve a la tierra y es encarcelado. El inquisidor le dirige palabras hirientes, lo acusa precisamente de haber dado demasiada importancia a la libertad de los hombres. Le dice: «Quieres ir por el mundo con las manos vacías, predicando una libertad que los hombres, en su estupidez y su ignominia naturales, no pueden comprender; una libertad que los atemoriza, pues no hay ni ha habido jamás nada más intolerable para el hombre y para la sociedad que ser libres» (Los Hermanos Karamazov). Y sube el tono, agregando que los hombres están dispuestos a intercambiar gustosamente su libertad por una esclavitud más cómoda, la de someterse a alguien que decida por ellos, con tal de tener pan y seguridades. Y así llega a reprochar a Jesús el no haber querido convertirse en César, para doblegar la conciencia de los hombres y establecer la paz con la fuerza. En cambio, continuó prefiriendo para el hombre la libertad, mientras la humanidad reclama “pan y poco más”.
Queridos hermanos, que no nos pase esto; ayudémonos a no caer en la trampa de contentarnos con pan y poco más. Porque este riesgo sobreviene cuando la situación se normaliza, cuando nos estabilizamos y nos acostumbramos, aspirando a mantener una vida tranquila. Entonces, a lo que se apunta no es más a «la libertad que tenemos en Cristo Jesús» (Ga 2,4), a su verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32), sino a obtener espacios y privilegios. Que, según el Evangelio, es “pan y poco más”. Aquí, desde el corazón de Europa, nos preguntamos: nosotros cristianos, ¿hemos perdido un poco el ardor del anuncio y la profecía del testimonio? ¿Es la verdad del Evangelio lo que nos hace libres o nos sentimos libres cuando conseguimos zonas de confort que nos permitan organizarnos y seguir adelante tranquilos sin mayores consecuencias? E incluso, contentándonos con pan y seguridades, ¿no habremos perdido tal vez el impulso en la búsqueda de la unidad implorada por Jesús, unidad que ciertamente exige esa libertad madura de decisiones fuertes, de renuncias y sacrificios, pero que es la premisa para que el mundo crea? (cf. Jn 17,21). No nos interesemos solamente de lo que puede beneficiar a nuestras comunidades particulares. La libertad del hermano y de la hermana es también nuestra libertad, porque nuestra libertad no es plena sin él y sin ella.
Aquí la evangelización ha surgido de manera fraterna, llevando impreso el sello de los santos hermanos de Tesalónica Cirilo y Metodio. Que ellos, testigos de una cristiandad todavía unida e inflamada del ardor del anuncio, nos ayuden a proseguir en el camino cultivando la comunión fraterna entre nosotros en el nombre de Jesús. Por otra parte, ¿cómo podemos desear una Europa que vuelva a encontrar las propias raíces cristianas si somos nosotros los primeros desarraigados de la plena comunión? ¿Cómo podemos soñar una Europa libre de ideologías, si no somos libres para anteponer la valentía de Jesús a las necesidades de los distintos grupos de creyentes? Es difícil exigir una Europa más fecundada por el Evangelio sin advertir el hecho de que en el continente aún no estamos unidos plenamente entre nosotros, y sin preocuparnos unos de otros. Cálculos de conveniencia, razones históricas y vínculos políticos no pueden ser obstáculos inamovibles en nuestro camino. Que nos ayuden los santos Cirilo y Metodio, «precursores del ecumenismo» (S. JUAN PABLO II, Carta enc. Slavorum Apostoli, 14), a prodigarnos por una reconciliación de las diversidades en el Espíritu Santo; por una unidad que, sin ser uniformidad, sea signo y testimonio de la libertad de Cristo, el Señor que desata los nudos del pasado y cura del miedo y las inseguridades.
En su tiempo, Cirilo y Metodio hicieron posible que la Palabra divina se encarnara en estas tierras (cf. Jn 1,14). En esta perspectiva, quisiera compartir con ustedes dos sugerencias, consejos fraternos para difundir el Evangelio de la libertad y de la unidad hoy. El primero se refiere a la contemplación. Un carácter distintivo de los pueblos eslavos, que ustedes tienen que conservar juntos, es el rasgo contemplativo, que va más allá de las conceptualizaciones filosóficas e incluso teológicas, a partir de una fe experiencial, que sabe acoger el misterio. Ayúdense a cultivar esta tradición espiritual, que Europa tanto necesita; en particular tiene sed de ella el Occidente eclesial, para volver a encontrar la belleza de la adoración de Dios y la importancia de no concebir la comunidad de fe principalmente sobre la base de una eficiencia programática y funcional.
El segundo consejo concierne en cambio a la acción. La unidad no se obtiene tanto con los buenos propósitos y con la adhesión a algún valor común, sino haciendo algo juntos por los que nos acercan más al Señor. ¿Quiénes son? Son los pobres, porque en ellos Jesús está presente (cf. Mt 25,40). Compartir la caridad abre horizontes más amplios y ayuda a caminar más ligeros, superando prejuicios y malentendidos. Y también eso es una característica que encuentra una acogida genuina en este país, donde en la escuela se aprende de memoria una poesía que contiene, entre otros, un pasaje muy hermoso: «Cuando la mano forastera llame a nuestra puerta con sincera confianza, sea quien sea, venga de cerca o de lejos, de día o de noche, el don de Dios estará esperándolo en nuestra mesa» (SAMO CHALUPKA, Mor ho!, 1864). Que el don de Dios esté presente en las mesas de cada uno para que, mientras no compartamos la misma mesa eucarística, podamos al menos acoger juntos a Jesús sirviéndolo en los pobres. Será un signo más evocador que muchas palabras, que ayudará a la sociedad civil a comprender, especialmente en este período de sufrimiento, que sólo estando de parte de los más débiles todos saldremos en verdad de la pandemia.
Queridos hermanos, les agradezco su presencia y su camino. El carácter afable y acogedor, típico del pueblo eslovaco, la tradicional convivencia pacífica entre ustedes y su colaboración por el bien del país son importantes para el fermento del Evangelio. Los animo a seguir adelante en el camino ecuménico, tesoro valioso e irrenunciable. Les aseguro mi recuerdo y les pido, por favor, que recen por mí. Gracias.
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