San Juan Crisóstomo nació en Antioquía en el 347, se bautizó a los 23 años. Después de haber vivido como monje eremita en su casa y en el desierto, fue ordenado sacerdote y empezó a hacerse conocido por sus sermones. Más adelante, Arcadio -emperador romano de Oriente- solicitó a Teófilo, patriarca de Alejandría, que lo nombre obispo de Constantinopla.
Como obispo se consagró a enseñar la recta doctrina, con celo y cuidado, al tiempo que criticó las formas judaizantes del cristianismo y los lujos e indiferencia de los emperadores frente a los necesitados. Se deshizo de bienes superfluos de la Iglesia y con las riquezas obtenidas atendió las necesidades de los pobres. Le exigió a sacerdotes y monjes vestir con sencillez, y comer con moderación; pidió recato a las mujeres y piedad dentro de los templos. Se preocupó también por la formación catequética de los fieles.
Recordaba el Papa Emérito Benedicto XVI, en audiencia general del 26 de septiembre de 2007: “Por su solicitud en favor de los pobres, San Juan fue llamado también ‘el limosnero’. Como administrador atento logró crear instituciones caritativas muy apreciadas. Su espíritu emprendedor en los diferentes campos hizo que algunos lo vieran como un peligroso rival. Sin embargo, como verdadero pastor, trataba a todos de manera cordial y paterna. En particular, siempre tenía gestos de ternura con respecto a la mujer y dedicaba una atención especial al matrimonio y a la familia. Invitaba a los fieles a participar en la vida litúrgica, que hizo espléndida y atractiva con creatividad genial”.
La firmeza de su actitud y su celo pastoral le causaron roces e incomprensiones. Es verdad que se hizo de enemigos poderosos, pero fundamentalmente del cariño y el respeto del pueblo cristiano. Vivió sus últimos días en el destierro y murió el 14 de septiembre de 407. Quienes lo acompañaron en su agonía testificaron sus últimas palabras: “sea dada gloria a Dios por todo”.
“Si te encuentras en el camino con un sacerdote y un ángel, ve a besar la mano del sacerdote, ya que los ángeles, aunque quieren ser capaces de administrar el Sacramento de la Eucaristía, no pueden; ya que esto es propio sólo de seres humanos” (San Juan Crisóstomo).
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