La mejor manera de dar: saber recibir

Para meditarse

En toda relación interpersonal es fundamental dar y recibir. El que da, siempre recibe; y el que recibe bien, siempre da.

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Fernando Torre, msps.

«Hay mayor alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35). Esta frase de San Pablo la hemos entendido parcialmente: la hemos visto sólo desde la perspectiva del que da y no del que recibe. Y es que dar nos produce alegría, nos hace sentirnos “buenos”, nos da la sensación de ser útiles y a veces nos pone en una situación de superioridad respecto del que recibe.
¡Dar, dar!, ésa es nuestra consigna. Pero al estar tan preocupados por dar, nos olvidamos de que en cualquier relación interpersonal, tan importante como dar es recibir. Saber recibir es un arte; el arte que hace feliz a mi hermano. «La mejor manera de ayudar a una persona es permitirle que te ayude».
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto recibir? Porque nos sentimos autosuficientes; porque no somos conscientes de nuestra limitación ni de la necesidad que tenemos de los demás.

La necesidad del otro,  es signo de amistad
La reciprocidad es regla de la amistad: dar y recibir. « Recibir es el único camino para saberse desde dentro llamado a dar».  Cuántas amistades no lo son de verdad precisamente porque uno de los supuestos amigos no sabe recibir. «Requerir la ayuda del amigo es signo de confianza».
El amor misericordioso, en las relaciones recíprocas entre los hombres, no es nunca un acto o un proceso unilateral. Incluso en los casos en que todo parecía indicar que sólo una parte es la que da y ofrece, mientras la otra sólo recibe y toma (por ejemplo, en el caso del médico que cura, del maestro que enseña, de los padres que mantienen y educan a los hijos, del benefactor que ayuda a los menesterosos), sin embargo en realidad, también aquel que da, queda siempre beneficiado.
El que sabe recibir el don con la conciencia de que también él, acogiéndolo, hace el bien, sirve por su parte a la gran causa de la dignidad de la persona y esto contribuye a unir a los hombres entre sí de manera más profunda.

Sentirnos amados, para amar
Lo mismo hay que decir de nuestra relación con Dios. «En esto consiste el amor  —nos dice San Juan—  no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero» (1Jn 4,10). Pero vivimos tan preocupados por manifestarle a Dios nuestro amor, que nos olvidamos de que lo verdaderamente importante es recibir el amor que Él nos tiene. «Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (1Jn 4,19); es decir, somos capaces de amar (a Dios y a los demás) porque antes hemos sido amados. Sólo ama quien se experimenta amado. «Sólo el amor gratuito va hasta la raíz de nosotros mismos y hace brotar desde allí un verdadero amor».
¡Si tuviéramos idea de la alegría que le proporcionamos a Dios cuando encuentra en nosotros un corazón dispuesto a recibir sus dones…! Ma. Luisa Olanier, mamá del P. Félix Rougier, le dice a Dios en una oración: «¿qué puede ofrecer un pobre mendigo al rico que tiene todo sino la ocasión de satisfacer su corazón procurándole el placer de darle una limosna?»
Pedro se enfrenta con Jesús y le dice: «Jamás tú me lavarás a mí los pies» (Jn 13,8). Cuántas veces ésta es nuestra actitud ante Dios. «Y es que, para ser servido también se necesita humildad. La autosuficiencia no da la oportunidad a que los otros nos sirvan y los priva al mismo tiempo de la bella experiencia de que hay más alegría en dar que en recibir». De esa alegría privamos a Dios cada vez que no sabemos recibir sus dones, cada vez que no nos dejamos amar por Él.
Sólo si aprendemos a recibir con sencillez podremos ofrecer a Dios y a los demás la alegría de dar. Mayor felicidad ofrezco al otro recibiendo lo que él me da, que dándole lo que yo tengo.

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