Homillía Domingo 4 Cuaresma (A)

Cfr. www.almudi.org)




(Sam 16,1.6-7.10-13) "El hombre ve lo que aparece, pero Dios ve el corazón"
(Ef 5,8-14) "Andad como hijos de la luz"
(Jn 9,1-41) "Se lavó, y volvió con vista"


Alguien ha dicho que para quien quiere creer hay muchos argumentos, pero para el que no quiere no existe ninguno. Es lo que se aprecia en el cariz casi grotesco del comportamiento de los fariseos ante la prodigiosa curación del ciego de nacimiento.
Una curación demasiado evidente, inaudita, a la que Jesús añadía, para confusión de los doctores, haberla realizado en sábado. Los fariseos hicieron todo lo posible para negar la evidencia. Casi resulta cómica la minuciosa investigación a que someten al ciego que se permite incluso la ironía de preguntarles si quieren ellos hacerse discípulos de Jesús. Es más, cansado de tanta pregunta y viendo que no le creen y le exigen que dé gloria a Dios porque "ese hombre es un pecador", les contesta que "Dios no escucha a los pecadores... Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder". Esto irrita aún más a estos investigadores que terminan ofendiéndole: "Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?" El racionalismo está retratado aquí.
Jesús curó a muchos ciegos físicos, pero es importante saber que el Evangelio apunta a la ceguera interior, esa inmensa noche que envuelve al racionalista, que se niega a aceptar una intervención sobrenatural. El ciego puede arreglarse sin la visión exterior. Casi todos conocemos ciegos que tienen una gran riqueza interior; pero el mundo se reduce y, a veces hasta se corrompe, cuando el hombre carece o rechaza la luz que viene de Dios. Es una oscuridad del corazón que limita dramáticamente el horizonte humano y convierte el universo interior en una lóbrega y fría noche.
La curación del ciego de nacimiento revela el poder de Jesús contra esa tragedia que invade nuestra historia: la indiferencia por lo eterno, un eclipse de lo divino y una mirada enceguecida por lo inmediato, lo que funciona, lo que da dinero, prestigio, votos..., y hace pasablemente dichosa esta vida. Pidamos al Señor que abra nuestros ojos a las realidades sobrenaturales, porque ellas amplían nuestro horizonte, absorbido en exceso por lo inmediato. Que nos abra los ojos para no olvidar que, con su ayuda, podemos remediar tantas cosas que hay en nosotros y a nuestro alrededor que se nos antojan sin remedio

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