Belén-Nazareth, historia de tantas familias
Nazareth es el pueblito de la sencillez, del trabajo silencioso; es el lugar de la fraternidad. Todos se conocen por nombre y antepasados; forman un pueblo pequeño, un puñado de casas casi insignificante de vecinos; es el sitio del encuentro con Dios en la llaneza. Allá va el Mensajero Gabriel, un enviado obediente, a un rincón limpio de inmundicias y de riquezas, a dar buenas noticias a una mujer: María…
En Israel el nombre de María es frecuente, estimado, sonoro; como hoy todavía en diversos lares de raigambre cristiana. En el mundo, como en Nazareth, hay pobreza, familias con muy poco qué presumir, a no ser la transparencia de alma. No falta amor para compartir. Nazareth es símbolo y realidad del sufrimiento silencioso; es también la razón para iniciar un nuevo estilo de ser familia. Hogares repletos de Esperanza, a pesar de los pesares, pobrezas e iniquidades.
Nazareth es honrada, por siglos, por una Familia que marca la Historia de grandes acontecimientos; es única. Por eso mismo, engendra infinidad de motivos de esperanza ilusionada. Como millones de familias, carece casi de todo. No falta el trabajo, que se reinventan cada día, por necesidad y con gusto; carecen de cosas materiales; tienen problemas de subsistencia; son gobernados por un Imperio extranjero. Así sucede en distintos rincones del planeta, y ahora con mayor acento en los suburbios de grandes metrópolis
La penuria es el color de sus casitas amarradas con lodo y paja. Cada núcleo ostenta un manojo enorme de dificultades, que intentan resolverlas todos juntos. Todo lo remedian alrededor de la mesa de la ilusión y el afecto. En Nazareth y Belén está el modelo de las familias del presente y del futuro; esperanza y amor se sustentan mutuamente, van de la mano y se intercalan en el tiempo y el espacio.
Los peregrinos salidos de Nazareth han sido un pueblo emigrante, sometido, rechazado. Van en camino a Belén, porque allá se cumplirán las promesas. Escasos son sus recursos, han dejado sus magras cosechas; van a la Ciudad de David; mil años antes, ahí nació el Rey para fundar una dinastía que se construyó –como en cualquier familia– entre esperanzas, carencias, pecado, perdón… pero, sobre todo, con la confianza en Dios, su aliado y guía.
Al presente, en muchas latitudes de la Tierra, las cosechas lánguidas, el trabajo mal remunerado, enredan la pobreza con la miseria, y el pecado propio con el ajeno. La calidad humana sufre deterioros dolorosos, a pesar del progreso tecnológico. Millones de familias sufren la embestida de de leyes inicuas; invenciones antihumanas; cánceres sociales surgidos de la ambición desmedida.
La miseria humana se repinta cada día, torcida por desenfrenos, obscenidades al interior del corazón. Hay Gobiernos de todos los colores, regidos por principios deshonestos, anhelos turbios. La Humanidad ha querido ser reinventada por transgénicos vegetales, culturales, y sobreponiendo otros disfraces a la esencia humana.
En buena parte del orbe es muy conocida la imagen central de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina: el Dios Creador tocando al hombre para darle vida al mismo nivel de dignidad. Estas estampas surgieron, seguramente, de la Gruta de Belén. Ahí, de una familia modesta, Dios llegó a compartir nuestra Humanidad, para que todos podamos compartir su Divinidad.
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