¿Adicto al celular?… Aprende a priorizar

Pbro. Alfonso Rocha Torres

Estamos hartos de escuchar que dependemos en exceso de la tecnología, que los niños pasan demasiado tiempo delante de las pantallas y que vivir en las redes sociales aumenta las posibilidades de sentir envidia, frustración y tristeza. El grueso de los estudios científicos hasta el momento defiende estas conclusiones y alerta de las consecuencias negativas que pueden derivarse de abusar de la tecnología. Pero la solución no tiene por qué ser desconectar, obligarse a no mirar el celular y no consultar el correo fuera del trabajo. En su lugar, algunos expertos defienden la necesidad de aprender a priorizar y compaginar la realidad online y offline.

Regular el uso para evitar el abuso
Regular el uso del celular en lugar de dejar de utilizarlo cuando estás con otras personas podría reducir los niveles de ansiedad que genera no estar atendiendo a las notificaciones. “Mi consejo es que cada cual gestione su propia vida. Si dejar de mirar el buzón de entrada o no contestar a un mensaje en tu tiempo de descanso te va a provocar todavía mayor estrés, hazlo”, comenta Santi García, cofundador de Future For Work Institute, en un reportaje del 27 de Julio del mismo diario.
Esta nueva línea de pensamiento defiende la integración de la vida digital en la vida offline y sugiere que esforzarse en mantener los límites estrictos puede generar incluso más ansiedad. El estudio Out of sight, out of mind? How and when cognitive role transition episodes influence employee performance, publicado en la revista Human Relations, sugiere que quizás deberíamos adaptarnos a estos cambios en lugar de luchar contra lo que está pasando. Jeroen Sangers, consultor especializado en mejorar el rendimiento de personas, equipos y organizaciones, está de acuerdo y asegura que “en lugar de buscar la separación deberíamos encontrar el equilibrio y aprender a distribuir nuestra atención de forma dinámica según las necesidades de cada momento”.

Cada vez más personas defienden esta manera de plantearse la nueva realidad, en la que la tecnología aumenta su importancia sin parar.
“Necesitamos cambiar la forma en que miramos las cosas”, escribe Tristan Greene en TNW. “Se está volviendo contraproducente sugerir que la solución es colocar límites arbitrarios en el uso que hacemos de las nuevas tecnologías”. Establecer prioridades en lugar de límites podría ser más beneficioso. “Estoy defendiendo la integración sin fisuras de Siri en mi vida, no dedicando un tiempo aparte para ella”.
Cuando internet comenzó a llegar a las casas la limitación entre el mundo online y offline estaba clara. Cuando querías visitar una web encendías la computadora y cuando lo apagabas, internet desaparecía por completo hasta que decidieses volver a él. Ahora no siempre somos nosotros quienes decidimos cuándo estar conectados: las notificaciones nos bombardean y los límites entre lo digital y lo analógico se han difuminado hasta fundirse en una sola realidad.

Este es el motivo por el que luchar para desconectarse se hace tan complicado.
La única opción a día de hoy es deshacerte de smartphones y tabletas y cualquier dispositivo que pueda recibir notificaciones. Pero si tienes un teléfono inteligente, debes que asumir que no mirarlo no significa necesariamente estar desconectado. Cuando alguien te escribe y notas la vibración, tu cuerpo reacciona: El sonido de la notificación que has recibido ha estimulado tu cerebro y te ha hecho desconectar de tu conversación cara a cara por un segundo. Y esa inquietud por saber quién te ha escrito te persigue hasta que atiendes a la notificación. El dilema es: qué es mejor, ¿no mirar el móvil y pensar en quién te habrá escrito o leer el mensaje y deshacerte de la tensión?
Merece la pena plantearse esta cuestión porque ignorar a la persona que tienes delante a cambio de consultar tu móvil ya tiene hasta nombre: phubbing. Es una combinación de phone (teléfono) y snubbing(ignorar). Todos lo hemos hecho alguna vez y nos hemos sentido culpables porque la idea de que lo que hay que hacer es desconectar prevalece.

“Aceptar que la tecnología cada vez juega un papel más importante en nuestras relaciones sociales es clave, pero también puede ser peligroso”
Explica la psicóloga Diana Navarro. No hay que perder de vista todos los casos en los que el uso de la tecnología se convierte en abuso y adicción. Si el tiempo que dedicas a tu celular está afectando a tus relaciones personales o a tu trabajo y te impide funcionar en la vida con normalidad, es posible que se haya convertido en adicción.

El pasaje del Evangelio que nuestra Madre Iglesia celebra hoy, recuerda la multiplicación de los panes, el único milagro de Jesús que aparece en los cuatro evangelios, con claro colorido eucarístico, cuya esencia es el amor, pero que en Juan está más elaborado por su contundente orientación cristológica (Jn 6, 1-15).

Jesús se preocupa por el bienestar las personas
Estando cerca la Pascua, Jesús fue a la otra orilla del lago, seguido de una multitud que había visto los signos que hacía, subió al monte y se sentó con sus discípulos (véanse vv. 1-4). Entonces, al ver que mucha gente lo seguía, dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” (v. 5). Este milagro se dirige a una de las necesidades básicas del hombre: el alimento. Se muestra el compasivo corazón de Jesús quien se preocupa por el bienestar de las personas (compárese St 2, 15-17).

Felipe y Andrés representan la visión humana
En el relato de Juan la iniciativa corresponde por completo a Jesús, quien echa una mirada sobre el pueblo, y pregunta a Felipe “para ponerlo a prueba, pues Jesús bien sabía lo que iba a hacer” (v. 6). Actúa así para aquilatar la confianza que su discípulo le tenía. El milagro no tiene como finalidad primordial alimentar a la multitud, sino revelar a Jesús. Felipe, originario de Betsaida, conoce la región y lo alejado que está el lugar, sabe de negocios y hace cálculos (véase v. 7).
Después interviene Andrés diciendo, “aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?” (vv. 8-9). El pan de cebada era el pan del pobre (compárese II Re 4, 42). Felipe y Andrés representan la visión meramente humana, de un realismo impotente, forzada a calcular sin resolver.

Contemplar el misterio con ojos
interiores
Jesús ante esa multitud que sumaría unos cinco mil hombres, “tomó los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron” (vv. 10-11). La fórmula es eucarística, el verbo eujaristeô, traducido ‘por dar gracias’ es utilizado en la última cena (compárese Mc 14, 23 y I Co 11, 24).
Habiéndose saciado, los discípulos recogieron los pedazos sobrantes, llenaron doce canastos, “entonces la gente, al ver el signo que Jesús había hecho, decía: Éste es en verdad, el profeta que había de venir al mundo” (vv.12-14). Pero Jesús huyó a la montaña porque querían nombrarlo rey (véase v. 15). Se negó a ser el rey que ellos esperaban, porque su reino no es de este mundo (compárese Jn 18, 36). El poder de Jesús fue malentendido.
El interés del evangelista no está centrado en el hecho, sino en su significado, comprensible sólo desde la fe, pues es un signo que apunta a otro pan capaz de saciar de verdad el hambre. ¡Jesús es el pan que necesita la humanidad!, pero es menester “contemplar todos los misterios con los ojos interiores, esto es, espiritualmente” (San Juan Crisóstomo).
El relato de Juan es como una parábola en acción, subraya la intervención de Jesús, quien provoca al discípulo, da las órdenes antes y después, y él mismo reparte el pan, para enseguida presentarse como el Pan vivo bajado del cielo (compárese Jn 6, 51). La madre abadesa Anna María Cànopi, en un hermoso libro que profundiza en el misterio eucarístico, anota: “Jesús se ofrece a sí mismo por nosotros, se da en alimento para transformarnos en él y, como consecuencia, para ponernos en comunión profunda con toda la humanidad. La fuerza de la Eucaristía es el amor” (Hambre de Dios. La Eucaristía en la vida diaria, Buena Prensa, Ciudad de México 2013, pág. 45).

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