Fuera los dobles, este sí que es el auténtico Forty




















Acabada mi novela sobre Egipto (jamás de los jamases pensé que escribiría sobre ese tema), me estoy dedicando a corregir erratas de mis libros, que es la labor más tediosa y mentalmente fatigosa que se me puede ocurrir.
Las reglas para poner comas son inhumanas, aunque creo que alguna mente humana ha llegado a dominarlas. Después ha habido cambios en los últimos años con las tildes y las mayúsculas. Ya no se escribe “sólo” ni “el Ministro fue a Francia”.
En mis libros siempre pongo la versión de la obra. Si la publiqué digitalmente y después ha tenido correcciones gramaticales, le coloco en la segunda página “versión 1.2”. Si son muchas correcciones, pero muchas, más de medio centenar, pongo “versión 2”. Lo mismo si he cambiado partes del contenido.
Ha habido libros que han ido creciendo con los años y van por la versión 9 o 15. Mi libro sobre la misa creció tanto que hubo que dividirlo en Tomo I y II. Sea dicho de paso, la última añadidura de ese tomo II han sido varias páginas desgranando una serie de consejos para vivir la Pasión de Cristo a través de los ritos de la Eucaristía, como lo hacía el Padre Pío.
Pero es muy raro que un libro mío crezca durante un año o dos. Normalmente, cuando publico un libro lo doy por finalizado. Me cuesta muchísimo releer una obra mía. Es algo que me aburre soberanamente. Disfruto muchísimo (con verdadera pasión) cuando lo escribo, pero después todo lo contrario.
Otra cosa que observo en los escritores, en todos, es que con los años nos volvemos más perezosos para leer. En la juventud leímos muchísimo y con el tiempo ese ritmo se va apagando.
Lo que sí que veo, hablando con escritores, es una desmoralización general. La apatía se ha instalado en el gremio. O, mejor dicho, en los mejores del gremio. Vivimos en una época que ha supuesto el triunfo de la mediocridad literaria. Antes los mediocres también publicaban. Pero los buenos, los realmente buenos, también. Los que buscaban la calidad podían encontrar las perlas, con más o menos dificultad, pero se podía hacer.
Ahora las cosas se han puesto muy difíciles para el escritor profesional de calidad. Las editoriales, ante todo, buscan a caras de los medios de comunicación. Y a eso se añade que antes había sistemas (sobre todo concursos) para encontrar el oro entre la arena del río. Pero ahora el sistema entero está muy contaminado. Y, aunque haya buenos concursos, el público en general (y hasta muchos amantes de la literatura) no saben cuáles son.

En fin, a veces los del gremio de escritores pensamos que más nos valdría dedicarnos a la gastronomía, a derrocar regímenes opresivos (en el caso de no ser clérigos) o a cultivar un huerto de hortalizas ecológicas abonadas con mucho amor.

Post Data: Lo digo con toda sinceridad, de vez en cuando me encuentro con algún lector venido del lugar más recóndito de Latinoamérica o de Croacia o de Rumanía o de un bosque de Estados Unidos que me compensa todos los esfuerzos. Estos ejemplos no son ficticios. Entonces suspiro y me digo: Todo ha valido la pena.

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