Otro escudo perfecto: elegante, nítido, equilibrado

Hoy pongo otro ejemplo de escudo eclesiástico perfecto. Ayer tuve un lapsus, los escudos de las diócesis tienen una mitra encima del escudo; los escudos de los obispos tienen un galero. El de ayer era, por tanto, de una diócesis, en concreto la de Manchester. El escudo de hoy es el de la diócesis de Newark.
Este tema de los escudos tiene su importancia, porque la causa de fondo de todos los problemas que hoy día tiene la Iglesia radica en los escudos episcopales. Si esto hubiera solucionado convenientemente (y con firmeza) hace un siglo, puede que Hitler no hubiera invadido Polonia.
Ya sabéis que la frase el aleteo de una mariposa puede provocar un huracán, se la adjudican muchos a Einstein. Aunque, en realidad, la planteó Edward Norton Lorenz como esta pregunta: ¿El aleteo de una mariposa en Brasil hace aparecer un tornado en Texas? Pero él planteó la pregunta, no dijo que eso fuera posible.
Personalmente, pienso que el aleteo de una mariposa no puede provocar un huracán. Ahora bien, la pregunta es muy interesante a nivel matemático y llevó a ir pensando y repensando lo que después sería conocida como Teoría del Caos.
Los matemáticos desarrollarían magistralmente en el último cuarto del siglo XX lo que todos sabían: que un ínfimo acontecimiento acaecido en un momento dado, puede alterar a largo plazo una secuencia de acontecimientos de inmensa magnitud.
Esto llevado a lo eclesiástico significa que si conoces a un laico determinado en un, por ejemplo, autobús puede provocar una serie de acontecimientos que te conduzcan a ser arzobispo. Incluso, y lo digo totalmente en serio, puede ser que simplemente el hecho de que te guste la filatelia hará que ese hecho conduzca a que acabes siendo obispo de Cuenca. Otro ejemplo más, el que un día de febrero tengas sinusitis puede provocar una serie de causas y efectos que te lleve a ser nuncio en Estados Unidos.
Tuviste sinusitis, fuiste al médico, en la sala de espera conociste a la tía del obispo, la tía le habló de ti a su sobrino, el obispo te invita a cenar, le caes bien, te invita a cenar dos veces más, te nombra vicario de religiosas, te trata más, le caes mejor, te propone ir a la Academia Pontificia, quince años después, estás en la nunciatura de Washington. Fin de la historia: un día de una gran helada te resbalas a la entrada de la catedral y te rompes el cuello, muriendo en el acto.
Este post no es una broma. La sucesión de causas y efectos sigue cursos de lo más llamativos continuamente, siguiendo las reglas (muchas veces) de la teoría del caos. Ahora bien, en toda esta selva enrevesada de causas y efectos hay que incluir un factor más: Dios.
Pero yo preferí no correr riesgos, por eso el día de mi sinusitis procuré no salir de mi cabina, tratando de dormir todo el día.

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