En una reciente entrevista concedida al semanario Alfa y Omega, el ahora P. Juan afirmó que nunca pasó por una crisis de fe y que desde niño “ya estaba atormentado por el mal que invade nuestro mundo; de adolescente, me escandalizó una profesora de Inglés al decirme que no se podía cambiar el mundo: ¡jamás hubiera aceptado sumirme en ese tipo de desesperanza!”.
A los 16 años, el joven leyó dos libros que lo ayudaron a comprender que la alegría es posible “incluso en el corazón de la miseria” y el egoísmo que tenía. Estos era “La ciudad de la alegría” del escritor francés Dominique Lapierre y una biografía de la emperatriz Zita, su bisabuela y esposa del Beato Carlos de Austria.
El sacerdote de 37 años indicó a Alfa y Omega que las vidas de sus bisabuelos “fueron entregadas al servicio de los pobres y de la paz, cuando podrían haber vivido de forma bien distinta, como príncipes; para mí representan el ejemplo mismo de la nobleza del corazón”.
Destacó que cuando su bisabuelo llegó exiliado a la isla portuguesa de Madeira en 1921, se encomendó a Dios “en medio de las traiciones, de las injusticias y alejado de la patria”.
“Podría haber tenido una reacción humana, acechado por la amargura o la depresión, o escribiendo sus memorias para ofrecer excusas ante la Historia”, indicó.
Pero el Beato Carlos Austria no tuvo esa reacción, sino que más bien “reza y hasta recibe la inspiración de entregar su vida para que sus pueblos se reencuentren. En ese espíritu morirá”, agregó el P. Juan sobre su antepasado.
Sobre su propio testimonio de vida, el presbítero indicó que a los 19 años estaba “algo preocupado por mí mismo” y que estudió Ciencias Económicas en Universidad de San Galo en Suiza. Tuvo un puesto prometedor en un banco de París, pero sentía un gran vacío.
Entonces estudió antropología cristiana en el Instituto Philantropos y comenzaron a surgir varias preguntas en su cabeza: “¿Dios es Trinidad, y por lo tanto amor, y estamos hechos para vivir el mismo amor? ¿Qué? ¿Jesús está verdaderamente vivo y presente en mi vida, por lo que nunca he estado solo?”.
Recordó que estas inquietudes cobraron fuerza durante una Misa y que “Jesús me dijo todo esto, pero no a nivel de la cabeza, sino del corazón”.
Así en el 2006 el archiduque ingresó a la Fraternidad Eucharistein, fundada en 1996 y que tuvo la aprobación canónica en 2008. Los sacerdotes y consagrados de esta fraternidad se dedican a la adoración del Santísimo y atienden a las víctimas de la violencia, alcohólicos y drogadictos.
Doce años después, el 16 de junio de 2018, este joven descendiente del último emperador austrohúngaro se ordenó sacerdote en la ciudad suiza de San Mauricio.
Al respecto, el P. Juan afirmó que solo Jesús “puede transfigurar las miserias de nuestro mundo, tal vez las más abismales que la humanidad haya conocido: miseria material, moral, individualismo, falta de familia y de relaciones, pérdidas de sentido y de referencia, falta generalizada de esperanza, locura mortífera (de modo especial los suicidios), pues conoce desde dentro unos sufrimientos que ha atravesado de su amor divino mediante la Crucifixión y la Resurrección”.
“¡Cuando la gente vive el Misterio de Cristo empiezan las iniciativas que cambian el curso natural de las cosas!”, aseguró.
Preguntado sobre las razones para abrazar el llamado al sacerdocio en medio de la crisis que atraviesa la Iglesia, el noble presbítero indicó que “yo solo tengo una: Jesús”.
“En absoluto me he ordenado sacerdote para satisfacer un deseo de realización personal. Sencillamente, ha sido el Señor quien, para contestar a mi deseo de ofrecerme en verdad a Él, ha pronunciado una palabra sobre mi vida. Es para corresponder a Su deseo que he tomado este camino”, manifestó.
El P. Juan de Habsburgo-Lorena es el tercero de los ocho hijos del archiduque Rodolfo de Habsburgo-Lorena y de la baronesa Elena de Villenfagne de Vogelsanck. Ocupa el 20° puesto en la línea de sucesión del trono del ex imperio austrohúngaro.
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