Mis comentarios sobre Pablo VI han podido sorprender: ¿se puede ser canonizado y tener defectos? Vamos a ver, no es lo mismo que haber alcanzado la plena perfección en todas las virtudes, la consumación de la santidad, que ser canonizado.
Ser canonizado implica en esencia que se afirma con autoridad pontificia que alguien está en el cielo. Y accidentalmente que uno es colocado como modelo.
Dicho de otro modo, la canonización asegura el estado de bienaventuranza, no necesariamente la consumación de la santidad.
Pablo VI fue un alma bendita, un hombre de Dios: buenos sentimientos, oración y un largo etcétera que se puede comprobar en multitud de obras, por eso no me extiendo. Ahora bien, el desgobierno en el que cayó la Iglesia en esos años fue sencillamente increíble; la cantidad de pésimos nombramientos episcopales, evidente. Baste ver cómo reaccionaron algunos de esos nombramientos a los casos de pederastia. Aquella época fue el paraíso de la heterodoxia campando a sus anchas sin que nadie dijera nada. Cuando llegó Juan Pablo II, el recreo se acabó.
Para Pablo VI los eclesiásticos franceses estaban en un estrato intelectual superior. El peso de Francia en la curia romana era impresionante. Los españoles eran hombres anclados en el pasado. Apenas había presencia de ellos en la curia.
El régimen de Franco hizo notar directamente a su santidad, porque el nuncio no hacía nada, que los curas jóvenes vascos y catalanes se habían convertido en misioneros del separatismo. Pablo VI no hizo nada, absolutamente nada. En esa conversación que he referido, hasta se enfadó con el embajador. La Historia ha demostrado, lamentablemente, hasta qué punto era cierta esta advertencia dramática de un gobierno cristiano que veía demasiados curas jóvenes salían imbuidos de socialismo.
¿Dejaré de rezar devotamente a Pablo VI cuando lo mencione en las plegarias? De ningún modo. Seguro que el pontífice y el jefe del Estado español se han dado un abrazo y todo está olvidado y perdonado. Pero la visión del jefe del Estado acerca de la destrucción eclesial universal era mucho más ajustada a la realidad que la del pontífice. No, santidad, no, no eran cambios, era destrucción pura y dura. No era apertura a nuevos tiempos, era dejar campar a los herejes.
No, ser papa no implica que uno ya siempre tiene la razón en todo y en todas las cosas y que es santo y perfecto. Al papa hay que tenerle cariño, obediencia, respeto, veneración del cargo, pero es un ser humano. La veneración al papa debe estar ajustada a la realidad. Sobrepasar la realidad es un error, y los errores siempre tienen consecuencias.
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