El origen del mal

Pbro. Armando González Escoto

Más que el entorno secularizado y agresivo que enfrenta la cristiandad, le impacta el desbarajuste interno que desde hace años le aqueja en el campo del estudio y comprensión de la Sagrada Escritura, la teología y la moral. Este desbarajuste afecta primeramente a los presbíteros, justo por ser los más expuestos a estos nuevos planteamientos.

Desde luego, nadie estaría dispuesto a dar la vida por un conjunto de verdades relativizadas. Por lo común las grandes causas suelen ser sólidas, claras, definidas, convincentes y alcanzables; cuando pierden una o varias de estas cualidades se reducen a meras motivaciones incapaces de producir verdaderas transformaciones. El extraño deporte de muchos maestros, consistente en competir para ver quién es el más audaz en el proceso de cuestionar las verdades esenciales de la fe, no podía dejar de producir consecuencias, pues al final de los procesos, quedan más vaguedades que principios, y si la Escritura y la teología acaban siendo meras posibilidades… ¿Qué ocurrirá con la moral?

Que las metas valiosas deban ser por lo menos medianamente alcanzables, no está a discusión, ¿Quién empeñará su vida en aras de lo imposible? Anunciar un reino futuro que jamás llega nos pondría en el mismo carril que desbarrancó a los comunistas, cuyo costoso futuro paraíso nunca se realizó. Sería, y ha sido, como anunciar una y otra vez que un templo será construido y nunca darse a la tarea de poner un solo ladrillo, pero… ¿No es por ahí que han ido muchas enseñanzas eclesiológicas, empeñadas en desarticular a la Iglesia real en aras de la invisible?

La vitalidad de la Iglesia en México duró lo que duraron las generaciones previas e inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II; al inicio de la década de los años noventa del pasado siglo esas generaciones habían ya casi desaparecido y en su lugar se fueron instalando los nuevos cuadros, muchos de ellos edificados sobre la arena movediza de lo cuestionable.

El salvavidas para la comunidad seglar y para no pocos presbíteros fue la piedad popular, donde no era necesario buscar la ipsissima verba Iesu ni entrar en el dilema “espíritu – estructura”, o en las nuevas hipótesis para explicar la resurrección. Pero un salvavidas nunca es la tierra firme, ni puede producir el fruto que se da cuando se planta sobre terreno fértil. La piedad popular tampoco es necesariamente un encuentro transformador con Cristo, pero si las vaguedades cristológicas del momento han desdibujado la persona viva del Salvador, no ha quedado otro remedio que refugiarse en sus imágenes, antiguas o nuevas, junto con las de la Virgen, los ángeles y los santos.

Buena parte de los problemas actuales que se advierten en algunos presbiterios de la Iglesia universal, no pueden ser ajenos a estos antecedentes, ni se podrán resolver si antes no se pone remedio en el campo doctrinal, un remedio que debe ser integral y no focalizado a sólo este o aquel aspecto de la moral o de la acción pastoral del sacerdote.

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