“Necesitamos fortalecer la convicción de que somos una sola familia humana”, Papa Francisco.
Fernando Díaz de Sandi Mora
Mira a tu alrededor, donde quiera que estés. Lo más seguro es que cercano o lejano, puedas observar a una, dos o muchas personas. Vivimos juntos en esta casa, en este mundo, coincidiendo en este tiempo y espacio, hermanados por la chispa divina que nos hace latir el corazón y este cuerpo que nos permite encuentros con los semejantes, esta herramienta de servicio y transformación.
Somos gente de este siglo, habitantes de este instante en el que compartimos este escenario de la vida, llamados e invitados a desarrollar el mejor papel posible, un protagonismo compartido en el que cada uno tiene una misión, un propósito fundamental de mejorar nuestra casa común, de dejar una huella, un legado que otros puedan seguir para generar el mayor bienestar posible.
No somos ajenos, nos une casi todo, de hecho solo nos separa aquello que erróneamente hemos hecho para separarnos, cosas tan absurdas como la línea imaginaria que se llama frontera, a veces nos separa un equipo de futbol, el color de la piel, el dinero en la cartera, el partido político, incluso nos hemos permitido separarnos por el nombre que damos a Dios o la forma en que le rezamos.
Nos une un Creador común, hijos de un mismo Padre, bajo el mismo cielo y con los pies en la misma tierra, dotados con dones, cualidades, virtudes y habilidades que están puestas para unir, para construir puentes y no murallas.
Qué triste es mirar al interior de una misma familia las disputas insufribles por intolerancia, impaciencia, por estrés, por la falta de atención. Qué triste es ver que ponemos toda nuestra atención en las diferencias y desatendemos e ignoramos lo que nos acerca, lo que nos asemeja y nos da la oportunidad de unirnos en aras de la construcción. Qué triste es ver que a veces lo que nos une solamente es la desgracia, que debemos esperar a que alguna tragedia asome las narices para entonces y solo entonces apoyarnos, ayudarnos.
Somos una bendita oportunidad de unión, de acercamiento, esperanza de una fraternidad universal que se reconoce como espíritu vecino con ombligo común conectado directo al amor divino que nos hermana.
Comienza en casa, demuestra respeto y amor por tu relación, atención y tiempo real para tus hijos, solidaridad y compañerismo en tu trabajo, compasión y misericordia con los que la pasan mal. Sé un profeta de paz y unidad en medio de este mundo de caos y discordia en donde cada uno quiere su propio mundo y sus propias reglas. Deja de criticar, calumniar, etiquetar y abraza a tu hermano.
La próxima vez que te encuentres con alguien, sonríe, saluda, es alguien como tú, habitante de este mundo bajo la mirada amorosa del mismo Padre. Somos humanos, somos hermanos.
Facebook/ Fernando D´Sandi
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