He acabado de ver una serie de siete programas sobre los mejores restaurantes del mundo. Ver estos programas me ha sido muy instructivo. He aprendido algo que me resultará muy importante en la vida: lo magnificado que está el lujo, pero lo poco que es en sí mismo.
Me explico. No he aprendido nada nuevo respecto a cocina o gastronomía. Lo que comían los millonarios no eran productos esencialmente distintos de lo que cualquier ciudadano puede comprar en un supermercado de Alcalá de Henares.
De acuerdo que un determinado chef mexicano pagara a precio de oro unos filetes de ternera de Japón a los que se les da cerveza y se les pone música. Pero estoy completamente seguro, totalmente, de que aquello sabía esencialmente a ternera. Los ejemplos los podría multiplicar.
Al final, los grandes platos siempre eran un redondo pequeñito de solomillo cocinado por el exterior y rojo por el interior; lo mismo con el atún. Al final, el chef se pasaba un rato colocando con una pinza hojitas de tiernos canónigos sobre un carpaccio de tomate. Necesitaba un rato para elaborar todo eso, pero el resultado sabía a tomate y ensalada.
¿Realmente vale la pena trabajar once o trece horas diarias en una gran firma financiera para poder comer cosas que no difieren tanto de las que como yo a precio de saldo? Yo la respuesta la veo muy clara.
Hay personas que trabajan como esclavos por la codicia de acumular más dinero, pero si eso son los mejores restaurantes del mundo, no vale la pena matarse para comer unos quesos franceses en uno de los mejores restaurantes de Pennsilvania: todos esos quesos y varios más los encuentro en el sector de lácteos del Corte Inglés de mi ciudad; lo digo con el conocimiento de causa de haber ido probando todos los quesos cremosos de corteza blanca y gruesa, uno a uno. No son caros.
Podría describir otros aspectos del lujo, porque estoy viendo una mucho más aburrida serie acerca del lujo en Asia. Y me pregunto todo el tiempo: “¿Para eso la codicia?”.
Siempre lo he dicho que mi ideal de sociedad es una sociedad no solo libre, sino también igualitaria. Una polis de tamaño humano, en medio del campo, de hombres sanos que viven al aire libre y se tratan entre todos como iguales. El fascismo es una esclavitud incluso para los jerarcas. Sobre el comunismo solo basta ver a Maduro, Evo y a Daniel Ortega para que resulte innecesario añadir nada más.
Post Data: Que sepan que aceptaré si alguien me quiere invitar a uno de esos restaurantes que sirven un poco espuma de erizo en el centro y que el resto de la cena son otros cinco platos de comida escasa, de esos que, cuando acabas, te quedas con hambre. Las espumas raras encima de salsas que requieren horas de trabajo son la única cosa que no puedo cocinar en mi casa.


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