Homilía del Cardenal Aguiar en el Congreso Eucarístico Interprovincial

“Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo” (Jn. 6,15).

Es muy interesante tener en cuenta este final de la escena para interpretar bien el conjunto del pasaje bíblico, y clarificar y orientar situaciones actuales que viven muchos cristianos.
Jesús obraba signos y milagros en favor de los enfermos, pobres, marginados, y pecadores para manifestar el amor de Dios Padre y ayudarles a descubrir su propia dignidad de hijos de Dios y miembros de una misma familia.

La multitud seguía a Jesús por la admiración que suscitaba el extraordinario poder de curar, reconocían que era algo sobrehumano, y ahora con la multiplicación de los panes se convencen que hay una intervención divina; por eso lo quieren proclamar rey, expresando así la mentalidad de concebir el Mesías, anunciado por los profetas, como un hombre de Dios con la autoridad y capacidad de solucionar los problemas fundamentales del hombre y de la comunidad: salud, alimentación y un trato misericordioso para los pobres.

Jesús comparte con sus discípulos su sensibilidad por la necesidad básica de la multitud de comer, y los involucra en la organización, coordinación y distribución de los panes y pescados; pero al ver la reacción de la multitud saciada, huye y deja a sus discípulos que se encarguen de despedirla.
¿Por qué huye Jesús, ante este momento de gloria y satisfacción humana, que más de uno hubiera anhelado ser el protagonista? Porque la Misión de Jesús va mucho más allá de satisfacer las necesidades materiales que exige la vida corporal. Su misión es alimentar el espíritu del ser humano para darle a conocer el designio divino de participar de la vida divina, para lo cual hay que aprender y ejercitarse en el amor.

Jesús huye a la montaña para orar y valorar ante su Padre lo sucedido. Necesita encontrarse con su Padre para confortarse y retomar su misión.

Nosotros ordinariamente acudimos a Dios Padre, cuando nos aprieta la vida y nos encontramos en situaciones difíciles para seguir adelante, ¿y qué esperamos de Dios, soluciones milagrosas a nuestros problemas? ¿Nos comportamos como la multitud y proclamamos a Dios nuestro Rey, porque resuelve favorablemente nuestras dificultades?¿En qué Dios creemos? ¿En nuestra personal concepción de Dios, o en el Dios, revelado por Jesucristo?

La tentación de todos los tiempos para el que cree en Dios es la idolatría, hoy esta tentación es más sutil y polifacética. Por una tendencia innata en nuestro ser, creemos en el Dios que hemos imaginado y concebido, incluso fundamentados en pasajes bíblicos o en expresiones del mismo Jesús, asumidos en una interpretación literal o fuera de contexto.

Todo creyente tiene necesidad de la conversión, que pasa por la prueba de abandonar su propia idea sobre Dios, y aceptar al verdadero Dios Trinidad, que se manifestó en la persona y vida de Jesús de Nazaret.

Para alcanzar la conversión y creer en el verdadero Dios, revelado por Jesucristo, es indispensable leer, meditar y rumiar la Palabra de Dios, en particular los Evangelios, y hacerlo en comunidad, sea la familia, los vecinos, en la Parroquia, en un Movimiento apostólico, solamente así superaremos la ideologización del Dios que yo he concebido.

Dejémonos interpelar por la Palabra de Dios y alcanzaremos la sabiduría anunciada en la primera lectura: “Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia” (Prov. 9,5-6).

Así haremos nuestra, la afirmación de la segunda lectura: “Se han acercado a Jesús, el mediador de la nueva alianza, cuya sangre derramada es más elocuente que la de Abel” (Hebreos 12,24).

Vivamos la Eucaristía, es el banquete que ha preparado el Señor Jesús para formarnos como buenos discípulos en comunidad. Recordemos lo que afirma el CV II en la Constitución Sacrosanctum Concilium 10: La liturgia es la cumbre a la cual tiene toda la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, es la fuente de donde mana toda su fuerza.

Lleguemos a la Eucaristía con nuestras experiencias de vida y apostolado, uniendo nuestros recursos humanos y económicos, y habiendo auxiliado a los pobres y necesitados de nuestra sociedad. Y salgamos de cada Eucaristía dispuestos a dar testimonio del Verdadero Dios, por quien se vive.

En esta dinámica aprenderemos que Eucaristía y Pastoral Social van de la mano. La puesta en práctica de esta estrecha relación depende en buena medida de los Presbíteros y especialmente de los Párrocos, que llamados por Jesucristo y formados en la fe y tradición eclesial para ser buenos Pastores, conducen la vida de las comunidades parroquiales.

Encomendémonos a María de los Remedios, Patrona de esta Arquidiócesis de Tlalnepantla, que hoy nos ha recibido generosamente, y que María, nuestra Madre, nos ayude a los Obispos de estas dos Provincias de México y Tlalnepantla, con la participación de los fieles laicos, a propiciar la comunión afectiva y operativa de nuestras Iglesias Diocesanas, y que el próximo Congreso Eucarístico Nacional, a celebrarse el mes de septiembre en Mérida sea, una oportunidad más, de generar la experiencia eclesial que implica la Eucaristía para la vida cristiana.

¡Cristo vive!


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