Homilía en la toma de posesión de Mons. Monjarás como Vicario de la V Zona Pastoral

“Moisés se presentaba ante el Señor para hablar con él, y al salir, comunicaba a los israelitas, lo que el Señor le había ordenado” (Ex 34, 34).

La mediación de Moisés presenta dos elementos fundamentales para conducir una comunidad en nombre del Señor. El diálogo con Dios (oración), y la transmisión del contenido de ese diálogo a la comunidad.

San Ignacio de Loyola describe, con toda claridad, cuál es el proceso del diálogo con el Señor. Ver qué sucede en nuestro interior ante lo que vemos que acontece en nuestra comunidad y en la sociedad; llevarlo al diálogo con el Señor, para después discernirlo con quienes colaboran con nosotros y descubrir lo que debemos hacer.

Hay que cuidar mucho las dos relaciones, si queremos ejercer el ministerio sacerdotal: hablar con Dios, desde lo que acontece tanto en el interior personal como en lo que conocemos se mueve en la comunidad, y una vez discernido compartirlo con los fieles.

Esto es lo que hacía Moisés, y así, se convirtió en un gran líder. El texto de hoy afirma incluso, que en su rostro, transparentaba esa presencia del Señor. (Ex. 34,35). Cuando llevamos en nuestro interior a Cristo, conscientes de que lo llevamos, no podemos transmitir un mensaje triste, desconsolador y sin esperanza, sino todo lo contrario: un mensaje de salvación, un mensaje de redención, que para eso se encarnó Jesucristo. Y nuestros actos y gestos, el mismo rostro que presentamos a la comunidad, debe hablar del gozo de ser mediadores, ejerciendo el sacerdocio de Cristo. Y quien encabeza con mayores responsabilidades estos servicios –como es el caso ahora del padre Pablo– debe verlo siempre con esperanza, porque no está solo.

Las situaciones humanas siempre serán difíciles porque Dios nos hizo distintos a cada uno; pensamos distinto, reaccionamos de manera diversa, entendemos las cosas según nuestra propia manera de asumirlas, y necesariamente complica el diálogo, no obstante el diálogo con la comunidad a la que servimos es indispensable.

Por ello, al escuchar el Evangelio de hoy (Mt. 13,44-46), Mateo presenta el segundo gran discurso de Jesús –después del discurso de la montaña– de manera sencilla, con siete parábolas. Hoy hemos escuchado la quinta y la sexta. El sembrador fue la primera; el trigo y la cizaña, la segunda; el grano de mostaza, la tercera; la levadura, la cuarta. Y hoy escuchamos esta quinta parábola tan hermosa: el que encuentra un tesoro escondido (Mt. 13,44). ¿Cómo podremos encontrar el tesoro escondido Solamente si tenemos una actitud de búsqueda. Una actitud de observación, que implica atención, pues de lo contrario no podremos encontrar ni encontrarnos.

Generalmente, cuando somos niños, todo lo recibimos, pero muy pronto el niño despierta y anda inquieto, viendo todo lo que está a su alrededor; de esta inquietud natural del ser humano surge la observación de los detalles. Por eso se dice que el niño quiere hacer lo que hace su papá, hasta se quiere rasurar cuando no es necesario. A mí me pasó, hasta que mi padre me dijo: ‘no andes haciendo eso, todavía no es tiempo, te vas a cortar’.

El niño busca, a través de alguien que sabe que lo ama, conocer el mundo que lo rodea. Cuando Jesús dice que debemos ser niños para entrar al Reino de los cielos, se refiere a que debemos tener esas actitudes propias del niño, buscar, descubrir, entender, pero ayudado de los seres que lo aman.

Y el tesoro escondido es descubrir que quien está por encima de todo amor, es Dios nuestro Padre. Él nos ama entrañablemente, está siempre pendiente de cada uno de nosotros, y está para ayudarnos, pero lo tenemos que buscar. No se va a dar espontáneamente, tiene que haber esta actitud permanente de búsqueda.

Lo podemos encontrar en las relaciones con nuestro prójimo, desde las necesidades que percibimos. Por eso el Papa Francisco indica con tanta insistencia que hay que mirar al necesitado, al migrante, al indigente, al encarcelado, al enfermo, al anciano, a los niños. Hay que mirar a los demás, y viendo su situación, ser generosos. No podremos nunca resolver los problemas de todos, sino de algunos, pero eso nos basta para encontrarnos con el Señor.

La sexta parábola que hoy hemos escuchado presenta a un comerciante (Mt. 13,46). ¿Qué hace un comerciante? Intercambia, negocia, oferta, pone a disposición las cosas, y va descubriendo que lo que tiene no es lo más valioso, hasta que descubre la perla más preciosa.

¿Qué debemos hacer nosotros? Intercambiar, comerciar –en este sentido humano y espiritual– con los demás, porque de lo contrario, cada uno se va a hacer la idea de su propio Dios, no de Jesucristo. El Papa Benedicto XVI afirma claramente que ése es el gran riesgo de leer la Palabra de Dios sin compartirla, la ideologización de la Palabra. Tenemos que estar atentos, particularmente quienes hemos sido formados y tenemos elementos, y muchas veces pensamos que podemos llegar solitos a entender lo que Dios quiere. Esto no es posible, nos perderemos.

Tenemos que ser comerciantes, negociadores, que intercambian, que ponen lo que tienen a disposición de otros. Pero, ¿qué hace un comerciante? Vende pero recibe, y nosotros tenemos que ser comprensivos de que en ese intercambio que hacemos, debemos ayudar, porque al ayudar recibimos más de lo que pensábamos que estábamos dando. La reciprocidad de las acciones son las que enriquecen más a las personas.

Pidámosle al Señor por el padre Pablo, que hoy inicia su ministerio en esta V Vicaría Episcopal y en esta Parroquia de Santo Domingo. Pidámosle también por todos los sacerdotes que están aquí presentes, pero especialmente por aquellos que están realizando su ministerio en esta zona pastoral.
Los datos que tenemos es que en esta Vicaría la presencia de presbíteros religiosos, proporcionalmente hablando, es mayor que la de los presbíteros diocesanos. Es una gran oportunidad, los religiosos ofrecen sus carismas, su espiritualidad, y nosotros los diocesanos debemos aprender de todos ellos para vivir la comunión y centrarnos en Cristo, para darlo como alimento a la comunidad.

Que el Señor nos ayude a promover esta comunión tan importante para quienes tenemos una misma vocación sacerdotal, para ejercer el ministerio. Pidámosle al Señor que sepamos buscar y encontrar el tesoro escondido; comerciar con lo que tenemos para descubrir la perla más valiosa, que es el encuentro con Jesús. ¡Que así sea!


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