El papa Francisco, anticipándose a todos nuestros miedos, nos enseñó a luchar contra el coronavirus retrayendo la mano cuando le iban a besar el anillo. Ese prudente gesto visionario fue muy criticado, precisamente, por todos aquellos que después han ido cayendo como moscas.
La opción 2, que le sugerí, de que le besaran el pie no le complacía. Yo insistí en que no había necesidad de sacarse el zapato. Pero la sugerencia no pasó los filtros. En las pruebas que se hicieron, era imposible resistir las cosquillas.
La opción 3: El papa se saca el anillo que pasa de mano en mano. El anillo al serle regresado (y suponiendo que sea el mismo que fue entregado en origen) es depositado en un tarro con alcohol.
Opción 4: Es una opción que estaba a medio camino entre la mujer china que casi le disloca el hombro tirando de él, y la “monja mordedora”. Pero la opción 4 era complicada y requería de la ayuda de dos asistentes. Desechada. No hace falta ni explicarla.
La opción 5 era la peor de todas: una campana de cristal al estilo de los “navegantes” de Dune. Eso sí, tal como dije: Tendríamos asegurados cinco minutos en todos los noticiarios del mundo. Era un modo de darle un poco de vida al Twitter papal, pero, lo reconozco, creaba algo de separación entre los fieles y el papa.
La opción 6 es que, antes de entrar a la audiencia con el papa, la Guardia Suiza pase fumigando a conciencia a todos los invitados. Fumigando especialmente por debajo de las sotanas. Pues esos oscuros recovecos son los más peligrosos como todo epidemiólogo sabe. Los virus saben muy bien dónde guarecerse. Pueden ser pequeños, pero no tontos.
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