Hoy, durante el almuerzo, he acabado de ver el cuarto capítulo del documental sobre la secta del Palmar de Troya. Cuatro horas de un documental excelente. Uno de los mejores que he visto en los últimos años.
Es cierto que esa secta involucra a un número reducidísimo de fieles. ¿Unos cientos solamente? No lo sé. Me extrañaría que fueran más de dos mil en el peor de los casos.
Pero lo lamentable es el daño que han hecho a los que han caído en sus garras. Cuando se comenta acerca del perjuicio que producen los peores grupos sectarios se habla en general. Pero es muy distinto ver los rostros concretos de los individuos llorando, contando el modo en que ellos fueron encadenados con unas cadenas que no son materiales. Es un documental (de calidad óptima) que ha tocado mi corazón de un modo profundo.
La cuestión, a veces, no es el número de fieles, sino la cantidad de daño que pueden realizar.
Esta secta reproduce en todo los ritos y vestiduras de la Iglesia Católica, como si fuera una fotocopia de los dogmas y creencias de la Iglesia. Este documental, siendo tan óptimo, al final, llevará a la gente a pensar: “Todas las religiones son iguales. La Iglesia Católica es como esta mentira, solo que en grande”.
No estoy diciendo que la realidad esta secta no debiera ser contada. Y, además, no tengo que poner ni el más mínimo “pero” a este documental: mayor profesionalidad resultaba imposible. Pero el resultado final será este.
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