Así lo indicó el Santo Padre en la Misa por el Miércoles de Ceniza, día en que inicia la Cuaresma, celebrada este 26 de febrero en la Basílica de Santa Sabina de Roma.
Tras haber dirigido el tradicional momento de oración de la “estación romana” en la iglesia de San Anselmo en la colina romana del Aventino, el Pontífice realizó la habitual procesión penitencial en la que fue acompañado por cardenales, arzobispos, obispos, monjes benedictinos de San Anselmo, padres dominicos de Santa Sabina y algunos fieles.
Después el Pontífice presidió la Celebración Eucarística en la Basílica de Santa Sabina con el rito de la bendición e imposición de cenizas.
Durante su homilía, el Papa Francisco recordó que la Cuaresma “es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de vida”.
“La Cuaresma no es el tiempo para cargar con moralismos innecesarios a las personas, sino para reconocer que nuestras pobres cenizas son amadas por Dios”, advirtió el Papa.
En esta línea, el Santo Padre señaló que “estamos en el mundo para caminar de las cenizas a la vida”. “No pulvericemos la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene sobre nosotros. No caigamos en la resignación”, alentó.
“La ceniza nos recuerda así el trayecto de nuestra existencia: del polvo a la vida. Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en una maravilla. Y aún así, especialmente en las dificultades y la soledad, solamente vemos nuestro polvo. Pero el Señor nos anima: lo poco que somos tiene un valor infinito a sus ojos. Ánimo, nacimos para ser amados, nacimos para ser hijos de Dios”, afirmó.
De este modo, el Pontífice explicó que “la ceniza que nos imponen en nuestras cabezas sacude los pensamientos que tenemos en la mente” y “nos recuerda que nosotros, hijos de Dios, no podemos vivir para ir tras el polvo que se desvanece”.
Por ello, Francisco exhortó a cada uno a preguntarse: “Yo, ¿para qué vivo? Si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al polvo, niego lo que Dios ha hecho en mí. Si vivo solo para traer algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio, para hacer un poco de carrera, vivo del polvo. Si juzgo mal la vida solo porque no me toman suficientemente en consideración o no recibo de los demás lo que creo merecer, sigo mirando el polvo”.
“No estamos en el mundo para esto. Valemos mucho más, vivimos para mucho más: para realizar el sueño de Dios, para amar. La ceniza se posa sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los corazones. Porque somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al prójimo es el pasaporte al Cielo, es nuestro pasaporte. Los bienes terrenos que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece, pero el amor que damos -en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo- nos salvará, permanecerá para siempre”, destacó el Papa.
Asimismo, el Santo Padre subrayó que “la ceniza que recibimos nos recuerda un segundo camino, el opuesto, el que va de la vida al polvo” porque al mirar a nuestro alrededor “vemos polvo de muerte”, es decir, “vidas reducidas a cenizas. Ruinas, destrucción, guerra. Vidas de niños inocentes no acogidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos descartados. Seguimos destruyéndonos, volviéndonos de nuevo al polvo”.
“¡Y cuánto polvo hay en nuestras relaciones! Miremos en nuestra casa, en nuestras familias: cuántos litigios, cuánta incapacidad para calmar los conflictos. ¡Qué difícil es disculparse, perdonar, comenzar de nuevo, mientras que reclamamos con tanta facilidad nuestros espacios y nuestros derechos! Hay tanto polvo que ensucia el amor y desfigura la vida. Incluso en la Iglesia, la casa de Dios, hemos dejado que se deposite tanto polvo, el polvo de la mundanidad”, advirtió.
En este sentido, el Papa alertó sobre el peligro de la hipocresía, que es “la inmundicia que hoy en el Evangelio Jesús nos pide que eliminemos”, porque “el Señor no dice solo hacer obras de caridad, orar y ayunar, sino cumplir todo esto sin simulación, sin doblez, sin hipocresía”.
“Sin embargo, cuántas veces hacemos algo solo para ser estimados, para aparentar, para alimentar nuestro ego. Cuántas veces nos decimos cristianos y en nuestro corazón cedemos sin problemas a las pasiones que nos esclavizan. Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra. Cuántas veces aparentamos ser buenos por fuera y guardamos rencores por dentro. Cuánta doblez tenemos en nuestro corazón... Es polvo que ensucia, ceniza que sofoca el fuego del amor”, expresó el Papa.
Por ello, el Santo Padre recordó la necesidad de “limpiar el polvo que se deposita en el corazón” y recordó el llamado de San Pablo cuando dijo: “¡Dejénse reconciliar con Dios!”, título del Mensaje del Papa para la Cuaresma de este año.
“La santidad no es asunto nuestro, sino es gracia. Porque nosotros solos no somos capaces de eliminar el polvo que ensucia nuestros corazones. Porque solo Jesús, que conoce y ama nuestro corazón, puede sanarlo. La Cuaresma es tiempo de curación”, explicó.
Finalmente, el Papa Francisco aconsejó realizar dos pasos para esta Cuaresma: “el primero, del polvo a la vida, de nuestra frágil humanidad a la humanidad de Jesús, que nos sana. Podemos ponernos delante del Crucifijo, quedarnos allí, mirar y repetir: ‘Jesús, tú me amas, transfórmame... Jesús, tú me amas, transfórmame...’. Y después de haber acogido su amor, después de haber llorado ante este amor, se da el segundo paso, para no volver a caer de la vida al polvo. Se va a recibir el perdón de Dios, en la confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado”.
“El abrazo del Padre en la confesión nos renueva por dentro, limpia nuestro corazón. Dejémonos reconciliar para vivir como hijos amados, como pecadores perdonados, como enfermos sanados, como caminantes acompañados. Dejémonos amar para amar. Dejémonos levantar para caminar hacia la meta, la Pascua. Tendremos la alegría de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas”, concluyó el Papa.
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