Así lo afirmó este domingo 4 de julio durante el rezo del Ángelus dominical desde el Palacio Apostólico del Vaticano. El Santo Padre reflexionó sobre el pasaje evangélico del día donde se habla de la incredulidad de los paisanos de Jesús cuando lo ven predicar en la sinagoga de Nazaret.
El Pontífice llamó la atención sobre el hecho de que los paisanos de Jesús lo conocen, pero no lo reconocen. “Hay diferencia entre conocer y reconocer: podemos conocer varias cosas de una persona, hacernos una idea, fiarnos de lo que dicen los demás, quizá de vez en cuando verla por el barrio, pero todo esto no basta. Se trata de un conocer superficial, que no reconoce la unicidad de una persona”.
Se trata de un riesgo, señaló el Papa, “que todos corremos: pensamos que sabemos mucho de una persona, la etiquetamos y la encerramos en nuestros prejuicios. De la misma manera, los paisanos de Jesús lo conocen desde hace treinta años y piensan que lo saben todo; en realidad, no se han dado nunca cuenta de quién es realmente. Se detienen en la exterioridad y rechazan la novedad de Jesús”.
Advirtió que “cuando o hacemos que prevalezca la comodidad de la costumbre y la dictadura de los prejuicios, es difícil abrirse a la novedad y dejarse sorprender”.
“Al final sucede que muchas veces, de la vida, de las experiencias e incluso de las personas buscamos solo confirmación a nuestras ideas y a nuestros esquemas, para nunca tener que hacer el esfuerzo de cambiar”.
Señaló que “puede suceder también con Dios, precisamente a nosotros creyentes, a nosotros que pensamos que conocemos a Jesús, que sabemos ya mucho sobre Él y que nos basta con repetir las cosas de siempre. Pero sin apertura a la novedad y a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que lentamente se apaga”.
Es lo que les sucedió a “los paisanos de Jesús”, no lo reconocen porque “no aceptan el escándalo de la Encarnación. Es escandaloso que la inmensidad de Dios se revele en la pequeñez de nuestra carne, que el Hijo de Dios sea el hijo del carpintero, que la divinidad se esconda en la humanidad, que Dios habite en el rostro, en las palabras, en los gestos de un simple hombre”.
“He aquí el escándalo: la encarnación de Dios, su concreción, su ‘cotidianidad’. En realidad, es más cómodo un dios abstracto y distante, que no se entromete en las situaciones y que acepta una fe lejana de la vida, de los problemas, de la sociedad”.
“O nos gusta creer en un dios ‘de efectos especiales’, que hace solo cosas excepcionales y da siempre grandes emociones. Sin embargo, Dios se ha encarnado: humilde, tierno, escondido, se hace cercano a nosotros habitando la normalidad de nuestra vida cotidiana. Y entonces, como los paisanos de Jesús, corremos el riesgo de que, cuando pase, no lo reconozcamos, es más, nos escandalizamos de Él”, concluyó el Papa Francisco.
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