Hoy le he dado otro empujón a la lectura del documento católico-luterano, ya voy por la pg 49. Mañana, el documento ya entra en el meollo de temas mucho más sustanciales. Ya os diré conforme vaya leyendo. De momento, ya es algo tan bello, tan enternecedor, el que los luteranos y los católicos hayamos podido contar conjuntamente la historia de nuestra división. Esto es un grandísimo paso. Si nuestros antepasados hubieran podido ver en este momento. Esto es una alegría. Por favor, que nadie se quede sin entrar en la sala del banquete donde celebran los dos hermanos separados y enemistados.
No es un banquete de perfecta unión, de perfecta reconciliación, de total comunión. Pero ya son pasos muy grandes. Donde había odio, ahora hay amor. Lo repito: que, como en la parábola de Jesús, ningún hermano fiel y obediente se quede fuera. Fuera de ese banquete de alegría no está la obediciencia ni la ortodoxia, y dentro el relativismo y la falsa unión. No. Es una verdadera y sincera reunión de hermanos en la verdad, en el reconocimiento de nuestras diferencias.
No negamos nuestras divergencias. Pero nos reunimos en lo que nos une. Haber contado la historia de la separación de un modo conjunto (es hasta donde he llegado en el documento), ver como el Papa se reunía con varios obispos suecos, ¿no es algo que debía estar deseando nuestro Padre común?
¿Qué comentario haría un San Francisco de Asís de este encuentro? Donde haya odio… ¿Qué comentario haría Santa Teresa de Jesús, tan unida al Sucesor de Cristo? ¿Podemos imaginar al Padre Pío murmurando por las esquinas contra el Vicario de Cristo por reunirse a orar con otros seguidores de Jesús?
Entiendo a los que se han fijado en los peligros de esta declaración, en los riesgos de este encuentro. También para ellos tengo comprensión. Son hijos ortodoxos de la Iglesia que desean hacer lo mejor, lo más santo. No tengo para ellos ninguna crítica. Pero éste ha sido un momento de alegría, para mí lo ha sido.
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