(Ecclo 15,16-21) "Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja"
(1 Cor 2,6-10) "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman"
(Mt 5,17-37) "No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas"
(1 Cor 2,6-10) "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman"
(Mt 5,17-37) "No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas"
Homilía en la parroquia de San Hipólito (12-II-1984)
--- Cumplir la voluntad divina
“Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna?” “Guarda los mandamientos” (Mt 19,16-17).
Esta pregunta y su respuesta se presentan a la memoria cuando escuchamos con atención las lecturas de la liturgia de hoy.
Efectivamente el tema principal de dichas lecturas son los mandamientos de Dios, la ley del Señor.
Sobre ésta canta la Iglesia en el Salmo responsorial:
“Dichoso el que con vida intachable/ camina en la voluntad del Señor./ Tú promulgas tus decretos/ para que se observen exactamente;/ ojalá esté firme mi camino/ para cumplir tus consignas.../ Ábreme los ojos y te contemplaré/ las maravillas de tu voluntad...”.
Y también añade:
“Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes/ y lo seguiré puntualmente;/ enséñame a cumplir tu voluntad/ y guárdala de todo corazón” (Sal 118(119),1-34).
La idea contenida en los versículos de este Salmo es tan transparente que no necesita comentario alguno.
En cambio conviene añadir un comentario breve sobre las palabras del libro del Sirácida de la primera lectura:
--- La importancia de los mandamientos
“Si quieres, guardarás sus mandamientos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida; le darán lo que él escoja” (Sir 15,16-17).
El Sirácida pone en evidencia la vinculación íntima existente entre mandamiento y voluntad libre del hombre: “Si quieres...” Y al mismo tiempo manifiesta que de la elección y decisión del hombre depende el bien o el mal, la vida o la muerte, entendidos con significado espiritual.
La observancia de los mandamientos es, el camino del bien, el camino de la vida.
Su trasgresión es el camino del mal, el camino de la muerte.
Pasemos ahora al sermón de la montaña del Evangelio de hoy según San Mateo.
Cristo dice ante todo: “No creáis que he venido a abolir la ley (o los Profetas); no he venido a abolir sino a dar plenitud (Mt 5,17).
“Quien cumpla y enseñe, será grande en el reino de los cielos” (Mt 5,19).
“El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos” (Mt ib.).
Y añade Cristo:
“Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5,20).
De modo que la ley, mandamientos y normas son importantes no solo en sí mismos, sino también en el modo de comprenderlos, enseñarlos y cumplirlos. Esto lo deben tener presente los que explican la ley de Dios e interpretan los principios de la moral cristiana en cada época e igualmente en la época contemporánea.
Y Cristo ofrece tres ejemplos del mandamiento y de su interpretación según el espíritu de la Nueva Alianza.
“No matarás” (Mt 5,21).
“No cometerás adulterio” (Mt 5,27).
“No jurarás en falso” (Mt 5,33).
“No matarás”: quiere decir “no sólo no quitar la vida a otros, sino también no vivir con odio e ira hacia los demás; “No cometerás adulterio”, no solo quiere decir no tomar la mujer de otros, sino también no desearla, no cometer adulterio en el corazón.
“No jurarás en falso...”, “pues yo os digo que no juréis en absoluto” (Mt 5,34). “A vosotros os basta decir sí o no (Mt 5,37).
--- El Evangelio, código de la vida moral cristiana
¿Qué es el Evangelio? ¿Qué es el sermón de la montaña? ¿Acaso es sólo un “código moral”?
Sí, ciertamente. Es un código de la moral cristiana. Indica las exigencias éticas principales. Pero es más: indica también el camino de la perfección. Este camino corresponde a la naturaleza de la libertad humana, a la voluntad libre. En efecto, el hombre, gracias a su voluntad libre, puede elegir no sólo entre el bien y el mal, sino también entre el bien y lo mejor. Y claro está que es preciso querer lo “mejor” y lo “más” en el ámbito de la moral, incluso para no descender hacia lo menos bueno e incluso hacia el mal.
En efecto, como continúa diciendo el libro del Sirácida:
“Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó al hombre, ni deja impunes a los mentirosos” (Sir 15,18-20).
Y San Pablo va más allá cuando escribe en la primera Carta a los Corintios:
“Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría...; enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido” (1 Cor 2,6). “Lo que Dios ha preparado para los que le aman, Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, y el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios” (1 Cor 2,10).
DP-42 1984
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