De madrugada
• En vísperas electorales, la clase política y los Partidos deben llevar a debate los asuntos más apremiantes y trascendentes de la población, como la pobreza y la carestía, antes que el discurso clientelar y mentiroso.
Dr. Jorge Enrique Rocha Quintero
Todavía no terminamos el mes de marzo de 2017 y, por la vía de los hechos, ya estamos instalados en la coyuntura pre-electoral de 2018. En Jalisco, el partido político Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) ya tiene un nuevo diputado federal, Carlos Lomelí, que dejó las filas del Partido Movimiento Ciudadano (PMC) para integrarse a las huestes de Andrés Manuel López Obrador, y ya se habla de que este instituto político podría postular a un reconocido empresario local como su candidato a gobernador.
Por otro lado, en este año habrá tres elecciones para gobernador: Nayarit, Coahuila y el Estado de México, de las cuales la última reviste particular importancia para el escenario nacional, ya que el Estado de México tiene el padrón electoral más grande del país; es una de las Entidades con mayor peso económico, y porque es la sede de importantes grupos políticos, entre ellos el que condujo a la Presidencia de México a Enrique Peña Nieto. Es decir, los comicios ahí son un verdadero termómetro de lo que puede pasar en la Elección Federal del año que entra.
El periódico Mural, en su más reciente encuesta sobre las preferencias electorales en esa Entidad, mostró un empate técnico entre los tres principales aspirantes a gobernar a los mexiquenses; pero, si analizamos con mayor detalle, los negativos que tiene el Partido Revolucionario Institucional (PRI) son muy altos, sobre todo porque la percepción hacia el presidente Peña Nieto es muy mala, y el deseo de cambio es muy alto (casi 80%) Y, por su parte, la candidata de Morena es la que tiene la percepción negativa más baja. Estos números dirían que el PRI habría llegado a su tope de preferencia electoral; o sea, es probable que no crezcan sus electores, y Morena sería el partido con mayores posibilidades de incrementar simpatizantes.
Riesgos de las prisas
Todos estos eventos han detonado un escenario pre-electoral donde nuevamente (como en 2006) toda la comunicación política está centrada en la figura de López Obrador, algunos para defenderlo y otros para criticarlo. Esta manera de abordar el debate político genera una peligrosa polarización y personalización de la política. En esta arena, la clase política se siente muy cómoda, pues el debate se enfoca en dar a conocer (o crear) escándalos personales o a mitificar a las figuras.
Un grave error en el que puede incurrir la ciudadanía es caer en esta dinámica en endiosar o satanizar a los distintos íconos políticos, porque el componente emocional se convierte entonces en el fiel de la balanza. Las decisiones se toman en base a las coordenadas del amor o del odio, y no del razonamiento y el discernimiento. Y, aunque efectivamente lo emocional resulta cada vez más trascendente en los procesos políticos, el riesgo es que se convierta en el único referente para la toma de decisiones.
El meollo del asunto
La arena de los ciudadanos es el debate de los problemas sociales, de las agendas pendientes, de las preocupaciones de los asuntos que nos aquejan en lo cotidiano. Desde mi punto de vista, lo más prudente es llevar a la clase política hacia este campo de discusión, donde sea la resolución de los problemas de la Sociedad lo que realmente esté en el centro de la deliberación social.
Por lo menos hay cuatro agendas que deberían guiar este proceso de diálogo y debate público, al cual deberían sumarse y entrar los actores políticos: el primer asunto es la discusión sobre las alternativas al fracasado modelo económico, que hasta ahora sólo ha incrementado la pobreza y la desigualdad; el segundo es el debate en torno a cómo se combatirá la corrupción, hasta ahora uno de los problemas más profundos y arraigados en nuestro país; el tercero es el diálogo respecto a la implementación de mecanismos para fortalecer nuestra precaria democracia, la cual sigue asediada por una multiplicidad de signos autoritarios que no permiten que en realidad lo que guíe la actuación de los gobiernos sea la voluntad popular. Y, finalmente, abordar las formas como vamos a reconstruir el tejido social luego de esta crisis de violencia sistemática e ininterrumpida en la que vivimos. Lo central es debatir estos temas y ver, entonces, cómo la clase política se posiciona ante ellos.
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