IV Domingo de Cuaresma
Pbro. José Luis González Santoscoy
En este Domingo, el Señor quiere que caminemos como hijos de la luz, asumiéndonos como bautizados, y quiere ayudarnos a quitar todos los impedimentos que no nos dejan verlo y reconocerlo como lo que Él es: el Mesías, nuestro Salvador.
En el Evangelio, San Juan nos presenta el milagro en el que Jesús le da la vista a un ciego de nacimiento. Nosotros no somos ciegos de nacimiento en la fe; ya hemos sido iluminados por Cristo, sólo que, en algunos momentos, al dejarnos seducir por el pecado, nos hemos vuelto ciegos.
Muchos creían que él estaba ciego porque alguien de su familia había pecado: “¿Quién pecó para que éste naciera así, él o sus padres?” Asombra que para Jesús no haya culpables, sólo ocasiones para manifestar el amor y la sanación; personas destinadas a experimentar el gozo del Amor de Dios. En cambio, muy fácilmente condenamos, enjuiciamos y nos dejamos llevar por los prejuicios.
El Señor Jesús, con un poco de barro y saliva, lo untó en sus ojos y lo mandó lavarse en la Piscina de Siloé. El hombre no cuestionó lo que Jesús le ordenó; obedeció y enseguida vio.
Lo que quiere resaltar este Evangelio no es el hecho milagroso de la curación, sino la actitud nefasta e incrédula de los demás, ya que, una vez curado, es interrogado y cuestionado. Aquellos presuntuosos Maestros y Doctores de la Ley, negando lo evidente, se cierran en su soberbia y crecen en su ceguera interior. ¡Cuántas veces estamos igual: no queremos reconocer la obra de Dios en nuestra vida o en la de nuestros hermanos!… No nos cerremos a la Gracia y a la Luz.
Desgraciadamente, muchas veces nuestro corazón, lleno de orgullo, se monta en los juicios, en la incredulidad y en la autosuficiencia. Mientras no dejemos actuar al Señor y que nos abra los ojos del alma, no lograremos encontrar la felicidad. Qué triste sería vivir esta próxima Semana Santa alejados de la Luz, que es Cristo.
@PadreJoseLuisGS
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