Ayer una magnífica persona (con la que estoy muy en deuda, literariamente hablando) me envío algunas correcciones para mi libro La luz de la diaconía. Y descubrí una errata mía que me molesta sobremanera. Resulta que al copiar una cita bíblica en Internet, no me di cuenta de que esa versión usaba el nombre “Jehová”. Había tomado yo la cita de una biblia católica, pero sin percatarme de ese detalle. Por supuesto que, en cuanto corrija las otras erratas que me ha enviado, aparecerá “Yahveh” en lugar de “Jehová”.
Este gazapo que se me ha colado sin yo quererlo me molesta mucho, porque hace ya mucho tiempo entre los especialistas no hay ninguna duda de que la forma correcta de transcribir el nombre de Dios es Yahveh o Yavé o Yaveh, pero no Jehová, que es un modo de pronunciarlo bastante moderno.
Los gazapos son conejos pequeñitos que van saltando por las verdes praderas de los escritos. El escritor trata de cazarlos a todos, a veces pide ayuda. Pero se agazapan y pasan desapercibidos.
Ahora bien, ¿cuál de estas tres formas de escribir Yavé es la preferible? Pues, en mi opinión, aunque estoy abierto a la discusión, la forma que más me gusta es Yahveh, porque refleja mejor la presencia de la doble letra “hei” que aparece en el nombre original.
En la liturgia, siguiendo una tradición antiquísima, no pronunciamos ese nombre sagrado por respeto, sustituyéndolo por la palabra “el Señor”. Yo, hace años, en mis sermones pronunciaba, de vez en cuando, el Sagrado Nombre. Pero, ya desde hace tiempo, lo hago rarísima vez, sólo cuando está justificado usarlo por la lectura bíblica que esté glosando. Obro así acoplarme a esa tradición tan bella de respeto al nombre de Dios. Todo respeto por Dios es poco.
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